viernes, 18 de enero de 2008

Cosas que no entiendo (Cartas a Santiago, mi hijo)


Hijo mío, lamento importunarte,
a veces siento que en mis cartas,
te hablo de preocupaciones,
de cosas que a otros no hablara,
pero siento que debo decirte,
siento siempre por ti confianza,
y por ello estos temas difíciles,
te los cuento, te los digo…

Hace poco fueron liberadas,
dos mujeres colombianas,
que fueron vilmente secuestradas,
privadas de su libertad,
atadas a la pata de una cama,
trasladadas a desconocidas moradas,
impedidas de ejercer sus derechos,
limitadas en su caminar,
coartadas en su derecho humano,
de decir y hacer lo que pensaban.
Así pasaron como seis años,
y al igual que ellas,
decenas de personas más,
cuya culpa fue,
pasar ese maldito día,
esa maldita hora,
cerca de sus raptores.

Y secuestradas,
una de ellas,
en madre se convirtió,
de uno de sus captores,
pero sin quererlo,
de su pequeño hijo
separa fue de inmediato…
el dolor del secuestro
no era nada,
comparado con aquel recuerdo,
de esas manitas pequeñas,
de aquel llanto
que el silencio de la selva rompía,
aquellos ojos…
aquel olor a niño, a hijo,
que se fue,
porque ellos así lo querían.
Captores, secuestradores,
que te quitan la vida,
que te quitan tu vida,
la razón de vivirla,
la esperanza nuevamente a la deriva.

Y les cuentan y les dicen,
al igual que al mundo,
esos secuestradores,
que lo hacen por la libertad,
es decir te cortan las alas,
para que puedas volar.
Se inventaron una revolución,
la disfrazaron con los colores
de la Patria querida,
la engalanaron con filosofías baratas,
la adornaron con armas,
la empedraron con muertos,
la perfumaron con el olor de la muerte,
del temor, del miedo, del terror…
Justificando la violencia,
institucionalizando
el ojo por ojo,
el vale todo,
el fin justifica los medios,
y la muerte vino,
y el terror creció,
y la desesperanza
pintó de negro,
el presente y el futuro
de muchos que caminan por ahí,
desplazados, desesperados,
despechados…

Y ahora que lo miro,
y ahora que lo pienso,
la desgracia vivida,
no me alcanza la razón
para entender tamaña
inhumanidad.
¡Cuánta esperanza truncada!,
cuánta armonía desentonada,
cuanta desesperanza…
Pero en medio de ello,
lejos de los políticos de turno
y de los terroristas de siempre,
un grupo de gente,
trabaja sin descanso,
con la esperanza perenne
que ese ideal de Patria,
es posible,
que la paz,
que la libertad,
que la igualdad,
que la fraternidad,
se pueden vivir,
sin el temor y el miedo
a ser secuestrado,
o asesinado,
por quienes han sido terroristas
desde el fatídico día aquel,
que una bala segó una vida,
que una cuerda quitó una libertad,
que una mentira engañó a un niño,
y lo convirtió en asesino,
que una amenaza,
permitió el servilismo.

Como podrás observar,
hijo mío,
hablar de este tema,
me pone a temblar.
Pero siento rabiar,
cuando miro que la libertad
a la que volvieron las secuestradas,
fue usada por muchos
como plataforma politiquera,
cuyo fin era,
que al terrorista reconozcamos,
los derechos que ha pisoteado,
la oportunidad que ha truncado,
la vida que han segado,
el futuro que han hipotecado,
y les reconozcamos su calidad,
de objetor de conciencia,
de contradictor político,
de un simple actor social,
como requisito único de la paz.
Que gran payasada,
lo digo con respeto de los secuestrados,
con dolor de los caídos,
pero con indignación y rechazo
de concederles así como así,
una calidad mentirosa
como su promesa fallida.

Que regresen los secuestrados,
y que los narcoterroristas
sean juzgados,
sus derechos respetados,
a pesar de que ellos,
por encima de todos han pasado,
pero no somos ellos,
somos nosotros,
ciudadanos,
seres humanos…

Hijo mío,
nadie tiene el derecho,
de robarnos la libertad,
menos aún la vida.
Quien así obra,
no es más que inhumano,
por más seda que vista,
por más armas que le asistan…
nadie hijo mío,
nadie.

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