jueves, 3 de enero de 2008

Morir y nacer


El año inicia tras la muerte del anterior,
¿a cuántas cosas fallidas dijimos adiós?,
a todas quizá o a la mayoría,
esperando que el futuro… sea mejor.

Para nacer de nuevo,
se tiene que morir antes,
es la ley del camino,
del camino por el que surcan los días.

Aquellos días que presurosos caminan,
a veces blancos,
otras negros…
como los nubarrones,
como las penas del alma,
como su de un ajedrez se tratara.

Son esos días,
los que dentro de su marco
a todos atrapan,
a los que empiezan tarde,
a los que amanecen temprano,
de su mano los cogen
y de un lado a otro los llevan,
presurosos, agitados,
tranquilos o adormitados,
pero todos, todos sin distinción,
vivimos esos días del año,
esperando que acaben unos,
los otros… intentando alargarlo,
pero el día termina y muere,
pues otro distinto nace,
quedando atrás la pena,
pensando el la alegría pasada,
intentando no se repitan nunca,
soñando en la felicidad perpetua.

Y como los días los años,
mueren unos,
y nacen otros.
Los que mueren se llevan,
un jirón de la vida,
una estatua perdida,
que representa el pasado,
que bueno o malo,
en el desván lo hemos dejado,
esperanzados siempre,
que el nuevo año
nos conceda lo anhelado.

En el pasar de los días,
en el trajinar de los años,
vemos, oímos, sentimos,
olemos, tocamos,
la vida, la gente,
los corazones… las almas,
que con sus colores matizan,
los días los años,
los blancos, los negros;
que con sus palabras graban,
las frases, los dichos,
la voces habladas,
y aquellas calladas,
que alegran o entristecen,
que seducen o rechazan,
que glorifican o degradan,
los momentos, las horas,
los días… los años;
que con sus hechos
la historia trazan,
la tuya, la mía,
de quienes caminan,
los días, los años,
los que mueren
y los que nacen.

Nacer para morir,
pocos lo pueden admitir,
morir para nacer,
suele parecer mejor,
de una o otra forma,
ambas funciones
interpretar pretenden,
los ciclos de vida,
de las palabras, los hechos,
de las cosas vividas
en los días y los años,
que pasaron y no vuelven,
y nos dejaron sabores,
que ocultamos o comentamos,
dependiendo si han sido amargos
o si han sabido endulzarnos,
el minuto, la hora o el día,
que atrás han quedado.

De la mano nos llevan
los años que han muerto,
entregando el cargamento,
a naciente y fresco,
aquel año que nos parece,
un renacer de nuevo,
que nos ofrece aliento,
para caminar sin miedo,
olvidando el pasado,
anhelando el futuro,
y sobreviviendo el presente.

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