martes, 30 de mayo de 2017

Perdona

Perdona,
si el descontrol
invade mi casa,
si de pronto
pierdo la cordura
y busco tus labios
como quien busca
un sueño anhelado,
un deseo de vida,
un anhelo eterno.

Perdona,
si cuando hablas,
solo escucho el sonar
de tu corazón en el mío,
y de pronto siento el llamado
de tus besos intensos,
de tus manos de azúcar,
de tus pechos de miel.

Perdona,
a veces…
(casi siempre),
me descontrolo
cuando estás cerca
cuando llegas a mi puerto
cuando escucho tus sueños
cuando siento tus miedos,
cuando me comentas de ti.

Perdona,
prometo comportarme
prometo controlarme,
prometo ser...

lo que jamás podré ser.

martes, 23 de mayo de 2017

Corazón de oro

Quería contarte,
quería decirte,
que no he dejado de pensarte,
luego de mirar tus ojos,
y ver en ellos,
tu corazón de oro.

No tienes idea,
de lo que pasa en ese viaje,
en ese entrar por tus ojos,
y recorrerte toda,
hasta llegar a tu alma.
y a tu corazón de oro.

Quería contarte,
quería decirte,
que en ese viaje,
sentir tus manos
guiando el camino,
es la sensación más pura,

-->
la sensación de ti y de tu boca.

jueves, 18 de mayo de 2017

Perdón y arrepentimiento

Para qué sirve el arrepentimiento, si eso no borra nada de lo que ha pasado.
El arrepentimiento mejor es, sencillamente, cambiar
José Saramago


Se dice que perdonar,
es un acto profundo,
una demostración de humanidad,
una forma de decirnos
a nosotros mismos,
que somos capaces
de dar vuelta a la página de la vida,
de olvidar el daño que nos han hecho,
de saber que podemos
amar al prójimo
más que a nosotros mismos.

Se dice también,
-y concuerdo con ello-
que el perdonar conlleva
un real acto de desapego.
Es decir,
no perdonamos por interés,
no perdonamos por figurar,
no perdonamos
porque nos da la gana,
no perdonamos,
para que nos deban el favor,
quienes se benefician de nuestro perdón.

Se perdona incluso,
sin esperar siquiera,
una frase de arrepentimiento,
o un acto de arrepentimiento,
porque el perdón es beneficio,
para uno mismo.

Todo esto,
en el ámbito personal,
cuando se trata de personas…
de seres humanos.

Pero cuando se trata de delitos,
sobre todo que afectan al Estado,
el perdón, léase indulto,
debe contar con elementos
que motiven tal decisión.

Personalmente,
no me basta,
que se manifieste
que alguien se arrepiente,
incluso profundamente,
porque aunque el delito persiste,
la sentencia del juez
deja de ser tal,
y se transforma en libertad.

Quizá se debería indultar,
y por qué no perdonar,
a aquella persona,
que a pesar de cumplir una pena,
por haberse comprobado su delito,
sufra enfermedad extrema,
o su salud peligre
mientras cumple su condena.
Sería entonces un acto de humanidad,
porque quien perdona,
este tipo de hechos,
lo hace en representación de todos,
de todos quienes conforman
el país y el Estado,
afines o no afines,
a su gobierno y a su manera de pensar.

Cuando un mandatario perdona,
porque un sentenciado manifiesta
un arrepentimiento profundo,
-solamente por ese hecho-
deja abierta la puerta
para que todos los demás sentenciados
hagan uso de ese derecho,
y sean escuchados.

Cuando se perdona y se indulta,
el cumplimiento de una sentencia,
por un delito que afecta al Estado,
y por supuesto a sus ciudadanos,
debemos tener en cuenta,
a todos los afectados,
al daño causado
y al ejemplo que dejan
aquellos funcionarios sentenciados.

Que el perdón exista siempre,
como un bálsamo para el alma,
como una oportunidad social,
para avanzar como humanidad.

Pero asimismo,
que aquel perdón,
que aquel acto de humanidad,
proveniente de una autoridad,
sea para todos,
para las víctimas y para los sentenciados.

Una autoridad que sabe perdonar,
es una autoridad madura,
que entiende que su magistratura,
está expuesta a críticas y complejidades.
Y si esa capacidad la extiende a todos,
si es capaz de hacer el bien, sin mirar a quien,
si es capaz de aceptar que se puede equivocar,
si es capaz de ser ejemplo de tolerancia y paz,
si es capaz de perdonar de verdad,
nos dará ejemplo de que el poder en el poder,
puede actuar con objetividad,
sin intentar favorecer,

a nadie por interés.

jueves, 11 de mayo de 2017

Delirios

Protegedme de la sabiduría que no llora, de la filosofía que no ríe
y de la grandeza que no se inclina ante los niños
Khalil Gibran
Llegan al poder,
adornados de sencillez,
de frescura y sin pretensión alguna.
Llegan al poder,
fortalecidos por el voto popular,
que ve en ellos
una especie de dioses,
una respuesta a los males,
una cura para las enfermedades.

Llegan al poder,
y con el paso de los años,
es el poder el que llega a ellos,
a sus corazones,
y a lo que queda de su espíritu.

Como un proceso alquímico,
ese poder cambia
todo lo que ese corazón tenía,
y donde había esperanza,
hoy hay ambición,
donde había vocación,
hoy hay corrupción,
donde había entrega
hoy hay interés mezquino.

Llegaron al poder,
para no soltarlo jamás,
para trazar con el
un plan mordaz,
que busca cambiar
la democracia imperfecta,
por el más perfecto de los fascismos.

Llegaron al poder,
y empezaron los delirios.
Quizá el primero de ellos,
el delirio de grandeza,
expresado en el despilfarro,
en los eventos del poder:
miles de invitados,
presupuestos ilimitados,
aviones, vehículos, armas,
guardias y guardianes,
viajes interminables,
escoltas, gritos, amenazas.
A nadie le está permitido,
mirar a los ojos al poder,
nadie puede reclamarle nada,
nadie puede incluso,
ser impertinente,
porque el poder
es un líder negativo,
que actúa con venganza
y dispone que su maquinaria judicial
que condene a quien se le ocurra criticar
a ese poder con delirios de grandeza.

Y junto a ese delirio,
llega el de la soberbia,
el creerse único,
inmortal e infinito.
Un poder que basa su éxito
en el dinero que no le pertenece,
en el dinero público,
en el dinero que pide prestado,
en la hipoteca de la patria,
en la soberbia como arma.

Delirio de soberbia,
que le permitió burlarse,
de todos quienes
piensan diferente,
de todos quienes critican,
de todos quienes investigan
y demuestran a la vez
que no todo es color de rosa,
que hay en el poder
una delincuencia
y también una mafia
que llena sus bolsillos
con dinero mal habido.

Y para terminar,
-por ahora-
delirio de persecución,
y por eso se debe crear y armar,
a civiles que defiendan
eso que el poder llama
un nuevo estado de felicidad,
eso que el poder defiende,
como la alegría de su pueblo,
que se tiene que defender con balas
y no con acuerdos,
con realidades sencillas,
con buen servicio público,
con el servicio al prójimo.

Un delirio que al poder lo persigue,
porque se siente inseguro,
ya no puede caminar por la calle,
como dice que lo hace,
sin temer una agresión,
pues ese poder es en sí mismo una agresión.
Sembró tantos vientos,
que ahora cosecha tempestades.

Delirios,
delirios desgraciados,
delirios de un poder inhumano,
delirios violentos y malsanos.

Delirios que deben acabar,
cuando entendamos,
que el poder es finito,
que es una forma de servicio,
que es un encargo y una responsabilidad,
y que no es para servirme, sino para servir,

que es para vivir y no para morir.