jueves, 11 de mayo de 2017

Delirios

Protegedme de la sabiduría que no llora, de la filosofía que no ríe
y de la grandeza que no se inclina ante los niños
Khalil Gibran
Llegan al poder,
adornados de sencillez,
de frescura y sin pretensión alguna.
Llegan al poder,
fortalecidos por el voto popular,
que ve en ellos
una especie de dioses,
una respuesta a los males,
una cura para las enfermedades.

Llegan al poder,
y con el paso de los años,
es el poder el que llega a ellos,
a sus corazones,
y a lo que queda de su espíritu.

Como un proceso alquímico,
ese poder cambia
todo lo que ese corazón tenía,
y donde había esperanza,
hoy hay ambición,
donde había vocación,
hoy hay corrupción,
donde había entrega
hoy hay interés mezquino.

Llegaron al poder,
para no soltarlo jamás,
para trazar con el
un plan mordaz,
que busca cambiar
la democracia imperfecta,
por el más perfecto de los fascismos.

Llegaron al poder,
y empezaron los delirios.
Quizá el primero de ellos,
el delirio de grandeza,
expresado en el despilfarro,
en los eventos del poder:
miles de invitados,
presupuestos ilimitados,
aviones, vehículos, armas,
guardias y guardianes,
viajes interminables,
escoltas, gritos, amenazas.
A nadie le está permitido,
mirar a los ojos al poder,
nadie puede reclamarle nada,
nadie puede incluso,
ser impertinente,
porque el poder
es un líder negativo,
que actúa con venganza
y dispone que su maquinaria judicial
que condene a quien se le ocurra criticar
a ese poder con delirios de grandeza.

Y junto a ese delirio,
llega el de la soberbia,
el creerse único,
inmortal e infinito.
Un poder que basa su éxito
en el dinero que no le pertenece,
en el dinero público,
en el dinero que pide prestado,
en la hipoteca de la patria,
en la soberbia como arma.

Delirio de soberbia,
que le permitió burlarse,
de todos quienes
piensan diferente,
de todos quienes critican,
de todos quienes investigan
y demuestran a la vez
que no todo es color de rosa,
que hay en el poder
una delincuencia
y también una mafia
que llena sus bolsillos
con dinero mal habido.

Y para terminar,
-por ahora-
delirio de persecución,
y por eso se debe crear y armar,
a civiles que defiendan
eso que el poder llama
un nuevo estado de felicidad,
eso que el poder defiende,
como la alegría de su pueblo,
que se tiene que defender con balas
y no con acuerdos,
con realidades sencillas,
con buen servicio público,
con el servicio al prójimo.

Un delirio que al poder lo persigue,
porque se siente inseguro,
ya no puede caminar por la calle,
como dice que lo hace,
sin temer una agresión,
pues ese poder es en sí mismo una agresión.
Sembró tantos vientos,
que ahora cosecha tempestades.

Delirios,
delirios desgraciados,
delirios de un poder inhumano,
delirios violentos y malsanos.

Delirios que deben acabar,
cuando entendamos,
que el poder es finito,
que es una forma de servicio,
que es un encargo y una responsabilidad,
y que no es para servirme, sino para servir,

que es para vivir y no para morir.

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