jueves, 30 de noviembre de 2017

El mito de la caverna

“Los mitos tienen más poder que la realidad.
La revolución como mito es la revolución definitiva.”
Albert Camus
¿Te has puesto a pensar,
que podría ser,
que quizá es verdad:
que todo lo que ves,
es todo, menos la realidad?.

¿Y si todo lo que vemos,
es el reflejo,
o es la sombra,
de imágenes proyectadas
por una luz  dentro de una caverna?.

Piensa por un momento,
que estás sentado,
sin saberlo y sin dudarlo,
dentro de aquella caverna,
y que la única realidad que ves,
es una sombra en la pared.

Una sobra proyectada,
por alguien que busca intencionalmente,
que veas y creas
que esas sombras son “la realidad”,
que esa sombras son “la verdad”,
y que no debes cuestionar,
solamente creer y obedecer.

Algo así,
intentó decir
(con genial maestría, por cierto),
el maestro Platón,
al intentar simbolizar,
lo que el entendía por…
 “el dejarse manipular”.

Si creemos en cosas absurdas,
-decía Voltaire-
cometeremos actos atroces.
Y por tanto absurdas son,
aquellas sombras,
que el poder pretende hacernos creer,
que son la realidad.

Vivimos quizá,
sentados en una caverna mental,
que se acostumbró a mirar,
unas sobras proyectadas por el poder,
y decidimos creer,
por la fuerza de la publicidad,
por el dominio de la irracionalidad,
por la debilidad de la ignorancia,
por la astucia de la inmoralidad,
que esas sombras eran y son,
toda nuestra realidad.

Sentados sin pensar,
que podemos levantarnos,
que podemos caminar,
e intentar y lograr,
salir de aquella caverna mental.
De ver por primera vez,
y no sin dificultad,
una realidad diferente,
quizá dolorosa,
quizá compleja,
por momentos inentendible,
por momentos absurda,
brutalmente cruda,
pero a la vez,
esperanzadoramente diferente,
esperanzadoramente hermosa.

¿Cuántos años,
podremos pasar sentados,
sin que nada cambie,
sin que cambiemos nosotros?.
¿Así pensamos pasar,
lo que nos queda de realidad?.

O, nos atreveremos a levantar,
a escalar y mirar,
para descubrir otra verdad.
Para descubrirnos,
para no creer,
lo primero que nos cuentan,
los cuenteros de la política,
los cuenteros del poder,
los cuenteros de profesión,
que viven del cuento,
de nuestro dinero
y de incontables e innumerables
actos de corrupción.

Aquellas sombras,
que creemos son la realidad,
podrían compararse quizá,
con la oferta de campaña,
con el informe de labores,
con las supuestas acusaciones,
con los juicios y denuncias,
con los discursos en tarimas,
con las declaraciones,
himnos y fotografías,
de todos y de aquellos que están en el poder,
y que saben sin dudar,
que mientras sentados estemos,
creyendo en la realidad de las sombras,
ellos disfrutaran de la impunidad,
y de todo el tiempo para robar,
no solamente dinero,
sino esperanza, futuro y verdad.

Quizá la caverna no es un mito,

sino una amarga realidad.

jueves, 23 de noviembre de 2017

Atrocidades interminables

"Ante las atrocidades tenemos que tomar partido.
El silencio estimula al verdugo".
Alie Wiesel

Cifras, estadísticas y evidencias,
desnudan una silenciosa y peligrosa realidad:
la violencia contra mujeres y niñas,
es una de las mayores atrocidades
en este mundo actual.

Algo no está bien en la sociedad,
algo no funciona con normalidad,
cuando la violencia pasa a ser parte
del día a día,
del refranero popular,
de la costumbre, de la cultura,
del actuar sin culpa,
de unas conductas violentas,
que buscan justificaciones
carentes de moral, de ética y de lógica.

Atrocidades actuales,
que se encuentran en la historia
de mujeres profesionales,
que sufren maltrato y sufrimiento,
acoso y dominación,
de parte de quien se considera su dueño,
su amo, su maltratador,
que la acosa, que la maltrata,
que la descalifica, que la ataca,
y que justifica toda su violencia,
porque dice que la ama,
y que ella no es más que una desgraciada.

Mujeres rurales,
mujeres campesinas,
víctimas de abusos diarios,
producto de una cultura,
que hereda la violencia,
como forma de vida,
como comportamiento normal,
como algo que hay que hacer,
porque así se lo ha hecho toda la vida,
mujeres que asumen que su condición,
de sometimiento, silencio y sumisión.

Mujeres jóvenes y niñas,
que se educan en formatos
y en prácticas culturales,
que reproducen escenarios
de una supuesta superioridad masculina,
de una condición de inferioridad,
de una condición de debilidad.

Mujeres y niñas,
que callan, que no dicen nada,
por miedo y por vergüenza,
por ignorancia o por terror,
o por amenazas de su agresor.

Mujeres y niñas en silencio,
sufriendo el día a día,
de un mundo de desigualdades y desprecios,
de inequidades y desafueros,
que ignora una realidad,
que cierra los ojos,
que tapa la boca,
que calla y es cómplice,
de atrocidades interminables,
que duelen, que horrorizan,
que indignan y mortifican.

Nunca será tarde,
para reflexionar en nuestro interior,
y descubrir cuánto hacemos
o dejamos de hacer
en beneficio de la violencia.
Y bajo ese mismo esquema,
cuánto podemos hacer,
por la justicia, por la paz y por el bien.

Difícil tarea,
porque requiere que seamos ejemplo,
porque nos mueve el piso,
porque nos recuerda nuestras faltas
y también nuestra ignorancia.

Y no podemos esperar,
hay que tomar partido,
no podemos callar,
y no se trata “solamente” de denunciar,
protestar y censurar,
se trata de actuar,
hacia dentro y hacia fuera,
para romper el ciclo de la violencia,
para ser iguales,
para ser personas,

para ser normales.

jueves, 9 de noviembre de 2017

Sobre la dignidad en la enfermedad

La dignidad es tan noble que compensa las pérdidas que causa
José Narosky

Tendido en el lecho del dolor,
seas joven, adulto o viejo,
seas pobre o seas rico,
cuando la enfermedad te llega,
golpea tan fuerte
que quizá prefieres morir,
o hacer el intento por sobrevivir,
y darte la oportunidad de tu vida,
para perdonarte y perdonar,
para decir palabras
que en algún momento de la existencia,
se quedaron guardadas,
prisioneras de un sentimiento,
que no recuerdas ni siquiera cual fue.

Tendido en el lecho del dolor,
la enfermedad se apodera de ti,
y del precioso tiempo
que te resta por vivir.

Mientras lo haces,
ninguna medicina ayuda tanto,
-aunque quizá hayan otras también-
como la dignidad de ser tratado
como un ser humano.

Y con ello me refiero,
a ser respetado en tu dolor,
en tu condición de enfermo,
que de vez en cuando,
o que de pronto,
pierde el sentido de la orientación,
y de la vida misma.

Dignidad para saber sobrellevar la enfermedad,
de saber qué te pasa y qué te espera.
De saberse amado, respetado y apoyado,
de saber que el tiempo andado,
y el terreno sembrado,
dio y da sus frutos,
no siempre iguales todos,
no siempre hermosos todos,
pero siempre queridos y amados,
porque son parte del camino andado.

Dignidad,
para orar en silencio,
la oración del perdón y la esperanza,
la de entender que la vida tiene un tiempo,
la de saber que el tiempo acaba.

Dignidad,
para que se respete tu palabra,
tus últimos deseos,
y tus anhelos más profundos.

Dignidad mientras la enfermedad te abraza,
y te invita a dejar la vida,
aquella que conocías,
y emprender otra,
que será infinita,
y que esperas seas pacífica.

Dignidad que te produce,
la visita y la compañía,
de aquellos que amas,
de aquellos que admiras,
de aquellos a los que diste la vida,
y de aquellos que dan la vida por ti.

Dignidad en la enfermedad,
porque no puede existir otra forma,
de hacer frente al dolor,
a esa prueba, a ese momento,
a esas ganas de vivir,
a esas ganas de morir,
a esas ganas de que todo pase,
a esas respuestas,
que llegaron al fin,
luego de tantas preguntas.

Y no hablo de lujos,
ni de grandes especialistas,
ni medicinas sofisticadas,
ni de aparatos de última tecnología,
hablo de que en la enfermedad,
en aquellos momentos de dolor,
y de absoluta desesperación,
aquel enfermo cuente siempre,
con una gran dosis de dignidad,
que no es más que el resultado del amor,
del respeto y la adoración,
que debemos sentir los seres humanos,
cuando por cuestiones de esta vida,
enfrentemos la enfermedad y sus espinas,
que seguro dolerá menos,

si sentimos que estamos rodeados de dignidad.