“El tiempo lo cambia todo”... eso es lo que la gente dice, pero no es verdad. Hacer cosas cambia las cosas. No hacer nada deja las cosas exactamente como están.
Dr. House
Escuché esta semana,
la historia de una mujer,
que decidió dejar de ser
lo que la sociedad la obligaba a ser,
y haciendo buen uso de su irreverencia
trazó caminos que hoy inspiran
a hombres y mujeres
que necesitan,
de modelos adecuados a seguir,
de historias que inspiran a vivir.
Aquella mujer,
decidió estudiar en la universidad,
y ese solo hecho
ya implicaba -en ese tiempo-
una herejía total.
Y no solamente estudió
una carrera universitaria,
… se graduó
de médico, de la primera médico
de un país que en aquella época,
-como en la actual-
estaba preso de estigmas,
dogmas y falsedades sociales.
No fue suficiente,
una vez que entendió
que el hacer las cosas
era lo que cambiaba las realidades,
asumió el reto de cambiar
aquello que se pensaba
era imposible.
Decidió ejercer,
su derecho a votar,
en tiempos que la mujer
no tenía esos derechos…
al final lo hizo,
al final otro hito
que inspira y enamora.
No es una historia románica,
o alegre.
Al contrario, es una historia
que se vivió con tristeza,
con dificultades y no sin esperanza.
La irreverencia,
(de la buena),
nos lleva, irremediablemente,
a cambiar las condiciones,
los estatus, las contradicciones,
las limitaciones, las injusticias
y aquellos errores que nos impiden
a que seamos mejores,
a que tengamos las mismas oportunidades
con toda dignidad.
Podrá pasar el tiempo,
pero sin irreverencia,
solo tendríamos tiempo,
sin cambios, sin nuevos momentos.
Lo que aquella mujer hizo,
nos lleva a pensar,
que sin acción, la contemplación,
es un acto de humillación.