Sigo vivo, sigo atento, y observando con el tiempo esta extraña enfermedad inclasificada que te afecta muy deprisa, que te quita la sonrisa, cuyo síntoma es que ya no importa nada
Fito Páez
Dibujé mis días
con muchas sonrisas,
con momentos felices,
con colores vivos,
con un sinnúmero de alegrías.
Estaba todo planificado,
estaba todo escrito,
las cosas debían suceder
como creía sucederían,
y entonces se cumpliría
aquella normalidad,
a la que llamamos vida.
De pronto,
el día terminó
y llegó una noche que no acaba.
De repente,
aquello planificado
dejó de serlo y pasó a ser parte
de días desperdiciados.
Las ganas de vivir se esfuman,
la alegría que provoca
la naturaleza y sus formas
pierde su intensidad y belleza.
Despierta la oscuridad
y no sabes a dónde caminar.
Tropiezas con objetos,
con situaciones, con personas,
con ideas, con comportamientos
que te irritan y atemorizan.
Despierta la oscuridad
y despierta en ti
el rey de los temores
la diosa de las inseguridades
la princesa de las frustraciones.
Llegas a preguntarte
y a creer, que solo a ti
te pasan esas cosas.
Que todos a tu alrededor
son felices y realizados,
menos tu, que eres un desgraciado.
Despierta la oscuridad,
y no atinas a caminar,
entre las sombras,
entre caminos borrosos,
entre sentimientos encontrados
entre pensamientos complejos.
Es cierto que tras la noche,
llega el día,
que tras la tormenta llega la calma,
pero no es tan fácil superar
el tránsito de la oscuridad.
Sentado frente al cuaderno
donde había dibujado
el futuro perfecto,
me encuentro pensando
que este tránsito no es posible
sin un hombro donde llorar,
sin una mano que tomar,
sin un abrazo para dar,
sin un oído que sepa escuchar,
sin unos labios que nos digan
que es posible transitar
entre tanta oscuridad.
Sentado frente al cuaderno
donde había dibujado
el futuro perfecto,
decido abrir mi boca
para pedir ayuda, para gritar
y sacar lo que por dentro,
me está matando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario