Las leyes callan cuando las armas hablan
Cicerón
Empezaba la pandemia
y en el transcurso de ella,
hablábamos de que el mundo
tenía la oportunidad de cambiar,
de ser más humano,
más sensible,
más consciente de las desigualdades.
Hace poco,
hablábamos de la necesidad
de invertir en salud, en educación,
en prevención,
en fortalecer las libertades,
y el trabajo que como seres humanos,
tenemos que hacer
para transformar
un mundo ahogado en individualidades,
mafias, populismos, extremismos,
fundamentalismos y lideres
de la peor calaña.
Nada conmovió al mundo,
ni los miles y millones de muertos,
de desempleados, de desparecidos,
de desplazados y suicidados.
Los más ricos acumularon más dinero,
y las sociedades más poderosas
compraron todas las vacunas
sin pensar en los demás.
El poder se hizo más fuerte,
porque el miedo creció
a pasos agigantados.
Y la ignorancia alcanzó
niveles insospechados.
No acabábamos
de pensar en nuestra triste realidad
y el clima nos recordaba
que la tierra está cansada
y demasiado contaminada.
Los desastres naturales
cobraban vidas inocentes,
como siempre,
como en todo tiempo.
Y de un momento a otro,
llega una invasión
disfrazada de guerra,
liderada por una potencia militar
que desafía al mundo
con su discurso contumaz,
imponiendo el lenguaje de las balas,
la prepotencia de las armas,
el sonido de los misiles
y el olor de la muerte.
Embarcado el mundo
en un nuevo conflicto
queda claro que la ley,
que la justicia y que la razón
no pueden hablar
cuando lo hacen las armas.
De nada han servido
las instituciones que nacieron
para evitar el horror de otra guerra
de otra matanza y de otro desangre.
Los medios nos cuentan
y otros inventan,
lo que de verdad pasa
y lo que quieren que creas que pasa.
Es doloroso saber,
que a pesar de ser capaces
de conquistar el espacio,
desarrollar vacunas
y construir tecnologías inteligentes,
aún no podamos vivir
y convivir, como seres humanos.
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