ser tan buenos profesores como el éxito
Jack Welch Jr.
Cuando pensamos en errores,
por lo general,
la tendencia es a ocultarlos,
cuando son propios
y a magnificarlos,
cuando son ajenos.
No es que sea una constante,
pero suele suceder
con más frecuencia de lo que creemos.
El miedo al error,
la amenaza para no errar,
el asociar al error con el fracaso,
el etiquetar a quien yerra
como culpable de algo,
o como un fracasado
y convierten al error en estigma,
en letra escarlata,
en etiqueta que sirve
para una cacería de brujas.
Entonces, lo ocultamos,
lo alejamos,
lo minimizamos
y dejamos de aprender de él.
Alejados así,
los errores de la vida,
se habrá alejado también
las verdades que la acompañan,
y seremos parte
de una elegante mentira
que oculta los errores
como quien oculta
al pariente pobre.
El ejercicio,
quizá consista,
-como contrapeso creo-
a este pensamiento fatalista,
en asumir a los errores
como parte de la experiencia de vida.
Yerra quien intenta,
yerra quien se atreve,
yerra quien cree,
yerra quien actúa,
yerra quien se arriesga.
El que no hace nada,
yerra al no intentarlo.
Quizá solamente los muertos
ya no tienen posibilidad
de cometer error alguno.
Errar para corregir,
para mejorar,
para aprender,
para entender.
Errar,
porque no siempre se acierta
cuando intentamos vivir,
actuar y tomar decisiones
en esto que llamamos vida.
Errar,
como resultado
de aprender todos los días.
Hay otros errores,
hermosos errores,
que dan ganas de repetirlos
una y otra vez.
Eso sí,
que el error sea de buena fe.
Lo contrario no es error,
es violencia, malicia
y miseria humana.
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