Suele decirse que nadie conoce realmente cómo es una nación hasta haber estado en una de sus cárceles.
Una nación no debe juzgarse por como trata a sus ciudadanos con mejor posición, sino por como trata a los que tienen poco o nada.
Nelson Mandela
Es una triste realidad,
siempre lo fue,
siempre ha sido así
y ya no nos asombra.
Quizá cuando hay más muertes
de las que suelen producirse,
cuando se transforma en una noticia
nacional e internacional,
la violencia en los sistemas carcelarios
pone de manifiesto
que dentro de nuestras cárceles
hay todo menos rehabilitación.
De nada sirve,
una reforma penitenciaria,
que en el papel disponga
unas normas de difícil ejecutoria.
Podemos buscar nombres especiales
para llamar a los presos,
pero mientras ellos
sigan siendo carne de cañón,
producto de la corrupción,
el resultado del fracaso
de una política de estado
que jamás ha entendido
cómo manejar a un detenido,
todo lo que se haga,
no servirá para nada,
porque el hacinamiento sigue,
las mafias controlan las cárceles,
a los carceleros, y en algunos casos,
a las autoridades y a algunos judiciales.
La cárcel es entonces
El lugar donde encerramos
a nuestros males.
Allí están
culpables e inocentes.
ladrones que han robado millones
y ladrones que han robado
para dar de comer a sus más cercanos.
En las cárceles,
encuentras todos los vicios,
todas las drogas
todas las armas
y todas las mafias posibles.
La ley que prima,
es la ley de la selva.
allí todo vale
y todo cuesta
un ojo de la cara.
Nos hemos encargado
de pensar solamente en las penas,
en los castigos,
en un sistema punitivo,
que esté listo
incluso para matar al delincuente,
en caso de que sea necesario.
Es verdad,
la delincuencia
y el delito provocan
daños irreparables
y hay que buscar la forma
y las formas de sancionar.
Pero es verdad también,
que los delincuentes
deben contar con la oportunidad
de poderse rehabilitar.
Hay casos y casos,
algunos muy complejos y delicados.
No hay una norma común,
se debe analizar con responsabilidad
el modelo de sistema carcelario
que debe tener una sociedad.
Lo que veo
es que nuestra realidad
es la triste realidad de la mentira,
de aquellos que prometieron
lo que era, y en realidad,
era otra cosa,
todo menos centros de rehabilitación.
Ni son todos los que están,
ni están todos los que son,
pero los que tengan que pasar
por el sistema de rehabilitación,
que tengan la oportunidad de cambiar,
de recuperar su dignidad,
su amor propio y se den cuenta
del mal causado
y de la forma de encausar
nuevamente su obrar.
Hay que pensar en ellos,
en los hombres, en las mujeres,
en los jóvenes presos,
no los podemos matricular
en una facultad de delito.
¿Cuán dispuestos estamos al cambio?.
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