jueves, 16 de enero de 2020

Una noche que no acaba (en el aniversario de la muerte de Juan Montalvo)


No soy enemigo de individuos ni de clases sociales, donde está la corrupción, allí está mi enemigo; donde está el reinado de las tinieblas, allá me tiro sin miedo
Juan Montalvo

Tinieblas,
como símbolo de lo oscuro,
de lo podrido,
de lo que apesta.

Tinieblas,
como sinónimo de corrompido,
de carcomido,
de muerte lenta.

Tinieblas,
como único camino
que recorren los desahuciados,
los ignorantes y los desgraciados.

Tinieblas,
como forma única de vida,
como respuesta inmediata
a todos los males
que nos aquejan.

Tinieblas perversas,
porque nos acostumbramos a ellas,
porque creemos ver el camino,
y resultan ser tinieblas,
que engañan a los ojos,
y nos muestran la mentira,
o lo que otros quieren
que creamos ver.

Es una noche que no acaba,
una eterna espera por el amanecer.
Un amanecer que no llega,
porque una fuerza siniestra
se encargó de detener
el tiempo del sentido común,
y hacernos creer
que solamente hay tinieblas.

Una noche que no acaba,
que oculta en la penumbra,
la descomposición social.
No importa el dolor,
o el sufrimiento del ser humano,
vivimos en tiempos
donde el poder absoluto,
vive de las tinieblas
que cubren nuestros ojos.

Mientras nos “sacamos los ojos”,
unos a otros,
el poder en el poder
se hace más fuerte,
más impune
y más diabólicamente perfecto.
Es capaz de buscar,
y casi siempre encontrar
el precio de aquel ser humano,
que se cruce en su camino.

Una noche que no acaba,
porque está podrida el alma,
de la gente mala,
que se aprovecha de la ignorancia,
y del cansancio,
de los que caminan en las tinieblas.

Es triste,
doloroso y a la vez,
mirar y reconocer el oscuro camino.
Lo que no nos podemos permitir,
es que, una vez visto,
lo sigamos sin preguntarnos
si vamos por el camino correcto,
o lo sigamos
sin intentar, despertar a los otros.

Si la noche no acaba,
es porque seguimos
con los ojos cerrados.
El ejercicio, el reto es,
abrirlos con cuidado de no dañarlos,
pues la luz que llega
podría también dejarnos ciegos.

Abrir los ojos con prudencia
para acostumbrarnos a la luz,
cerrarlos para descansar,
y con ello saber enfrentar
las horas…
de aquella noche que no acaba.

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