Del
hablador he aprendido a callar; del intolerante, a ser indulgente, y del
malévolo a tratar a los demás con amabilidad. Y por curioso que parezca, no
siento ninguna gratitud hacia esos maestros.
Khalil
Gibran
Es casi unánime,
la expresión o creencia,
de que el remedio a nuestros males,
es la educación o es la escuela.
Llegamos a pensar,
que el único que enseña,
es el maestro y el aula,
o que el aula es un espacio,
un lugar que se activa en la mañana
y se apaga cerca del medio día
o a media tarde.
Reclamamos y clamamos,
por una generación educada
o sensible a los grandes problemas
que vive la sociedad entera.
Apostamos todas nuestras ideas,
por la educación,
por la formación
y por la preparación
de nuestros niños
y de nuestros jóvenes.
Le pedimos cuentas al maestro
y también a la escuela.
Reclamamos porque no cumplen
con nuestras expectativas o ideas,
los acusamos de nuestros males
y también los felicitamos
por lo bien que creemos que hacen.
Sobre los maestros
decimos tantas cosas,
y algunas veces mezclamos
los sentimientos y las razones
para juzgarlos
según nuestras convicciones.
Y en medio de ese ejercicio,
olvidamos que los maestros,
somos todos,
en algún lugar,
en algún momento.
Que nuestro ejemplo,
será el camino por seguir,
por los muchos o por los pocos,
por aquellos que nos rodean,
por aquellos que creen en nosotros.
Me preocupa,
y mucho,
el modelo de maestro
que dejamos a las próximas generaciones.
¿Qué enseñamos?,
habladurías, bajezas,
rumores, intrigas,
zozobras o mentiras.
¿Es ese el modelo,
o la forma de hacernos interesantes,
o de conseguir nuestras metas?
¿Es ese el modelo a seguir,
maquillado por vestidos rasgados?
O enseñamos,
no solamente en la pizarra,
si no, y sobre todo,
siendo coherentes,
siendo sensibles,
respetuosos, humanos,
tolerantes y sencillos.
Si eso, hiciéramos todos los días,
como un ejercicio de vida,
los maestros seríamos todos,
y no solamente aquellos héroes,
que se ponen,
frente a la pizarra.
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