viernes, 17 de junio de 2016

La ciudad sin diálogo

La ciudad no es una suma de piedras, sino una suma de individuos
Philippe Patrick Starck

Detenida en el tiempo,
la ciudad sin diálogo
se encuentra presa
no puede avanzar,
no puede crecer,
la envuelve la polémica
la mata la indiferencia.

La ciudad sin diálogo
es presa fácil de la intolerancia,
cualquier decisión
cualquier acción,
es caldo de cultivo
para que de inmediato surjan bandos,
enfrentamientos, burlas e ironías.

La ciudad sin diálogo,
es comparable quizá
con una especie de ring,
donde solo puede permanecer de pie
un solo contrincante,
el otro debe estar en el piso
noqueado, dolido, sin poder caminar.
No es comparable
la ciudad sin diálogo
a una mesa,
a un espacio de concertación,
porque para dialogar,
primero debe saber escuchar.
Porque para dialogar,
primero se necesita voluntad,
buena fe, responsabilidad,
compromiso,
seriedad, tolerancia y respeto.

Valores fundamentales,
que los propios líderes de la ciudad
han dejado de lado.
Son aquellos liderazgos negativos,
los que han construido
una ciudad sin diálogo.
Donde la autoridad impone,
donde el ciudadano reacciona
movido a través de campañas,
promovidas por otros sectores políticos
que buscan, solamente,
el enfrentamiento,
la polémica y el caos social.

¿Qué hacer?
Podemos quizá
seguirle el juego a la falsa política,
que busca envolvernos
en el oscuro manto de la polémica,
o quizá,
y a pesar de aquellos malos liderazgos,
podemos como ciudadanos, digo,
rescatar el valor del diálogo
como elemento fundamental
de cohesión social.

Sino tenemos diálogo,
sino somos capaces de comportarnos
como seres humanos,
es muy difícil construir
una ciudad para vivir.
Y esto es independiente
de la autoridad de turno.
El poder debe regresar
a la ciudadanía en general.
Pero no a cualquier ciudadanía,
tiene que ser a una ciudadanía
responsable, dialogante,
madura y comprometida,
que es capaz de lograr
sentar a sus autoridades a dialogar,
con ciudadanos y sectores sociales,
con el único fin de construir la ciudad.

Siempre habrán criterios diferentes,
formas de ver de vida y las circunstancias,
estilos de gobernar,
criterios para planificar.
Pero deberán acompañarse de dos cosas:
el interés común por el bien común,
y la buena fe en los actos,
que se traduce en honradez y respeto a la diversidad.

Sin ello seremos,
para desgracia del presente,
y amenaza para el futuro:

una ciudad sin diálogo.

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