El duelo termina dándote las dos mejores cosas: la suavidad y la iluminación
Anne Lamott
La habitación de la casa,
del hospital o la clínica,
quedó vacía.
El féretro se transformó
en una caja con cenizas.
Las flores con el paso de los días
poco a poco se marchitan,
son días de guardar los recuerdos
entre lágrimas y risas.
La partida de un ser amado,
es el inicio de un nuevo ciclo,
cargado de nuevos momentos,
de nuevas sensaciones,
de angustias y también de satisfacciones.
Una luz se apaga,
una vida termina,
un ciclo se cumple,
todo un tiempo de vivencia.
Al duelo le preceden
tantos tiempos y tantos momentos.
La vida en si misma,
las noches y los días,
que se vivieron
y se compartieron
entre muchos o pocos,
-ojalá- con la mejor buena fe posible.
El duelo es,
como el dolor del golpe más duro,
del sabor de la amargura eterna,
de la pena infinita,
y del llanto que no acaba.
Pero quiero también,
y eso es lo que creo,
que el duelo sea
algo que te cambia
para mejor,
para ser más sensible
al dolor de los demás,
a la enfermedad,
al sufrimiento,
a lo inesperado.
El duelo debería ser espacio
de transformación constante,
hacia algo mejor.
No podemos ser iguales,
cuando llega y pasa el duelo.
Debemos ser diferentes,
sensibles, humanos y prestos
a poner el hombro
donde nos necesiten,
a rendirle honor
a los que se fueron
y a querernos de forma tal,
que cuando llegue el día,
el duelo que provocaremos
sea, sobre todo, de recuerdos únicos
y de alegrías inmortales.
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