jueves, 9 de diciembre de 2021

El jardinero de recuerdos


Los recuerdos son como un jardín. 

Regularmente debes cuidar las flores agradables 

y quitar las malas hierbas invasoras

Linda Fifer Ralphs

Con el paso de los años,

somos como una cava

que guarda en su vientre,

recuerdos de diversa especie.


Muchas veces,

sin darnos cuenta,

guardamos tantos y tantos

que no alcanzamos a disfrutarlos.


En otros casos,

se quedan tan firmes

los recuerdos tristes,

aquellos que hacen daño,

que de inmediato dominan 

nuestros gestos y pensamientos.


He escuchado

a alguna gente,

que es mejor no tener recuerdos,

porque corres el riesgo

de enamorarte de ellos,

independientemente

de cuál sea su color

su matiz y su sensación.


Entonces me pregunté

¿cómo era mi jardín de recuerdos?

Y encontré sin quererlo

o, quizá sin proponérmelo

hermosas flores y plantas,

de todos los colores.

Algunas de ellas

un tanto descuidadas

y otras invadidas de una que otra plaga.


En ese caminar

encontré también

en mi jardín de recuerdos

algunas yerbas malas.

Unas: hermosas pero venenosas,

otras: feas y apestosas.


Y me pregunté entonces

¿por qué, al ser mi jardín de recuerdos,

debía permitir que convivan 

aquellos que afean y dañan

aquel lugar

que debería ser

un apacible espacio

donde descansa el corazón

y se arrulla el alma?.


He empezado

con la tarea 

de ser jardinero de recuerdos,

cuidando de aquellos

que me dan aliento,

vida y amor,

como por ejemplo:

la risa, la voz y el abrazo

de una rosa especial: mi madre.

Hay otros, igual de intensos,

hermosos y agradables,

lejanos y actuales.


Me cuesta un poco 

desyerbar los recuerdos desagradables.

Estoy en ello,

porque hay algunos que aunque hacen daño,

no dejan de tener

una peligrosa hermosura.


En fin,

esta suerte de jardinero de recuerdos,

me mantiene vivo,

al menos por ahora

y brinda a mis horas

momentos intensos,

-aunque cortos-

de una especie de paz.


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