jueves, 18 de julio de 2019

La cárcel... el olvido más siniestro, (a propósito del día internacional de Nelson Mandela)


Se dice que no se conoce un país realmente hasta que se está en sus cárceles.
No se debe juzgar a una nación por cómo trata a sus ciudadanos más destacados,
sino a los más desfavorecidos.
Nelson Rolihlahla Mandela


Siempre hablamos
(y hablaremos),
de la importancia,
de la necesidad
de los derechos humanos.
Salimos a la calle,
y los reivindicamos.
Salimos a la calle,
a luchar por ellos,
a pelear por ellos…
unos gritan y se indignan,
otros dan hasta la vida
para protegerlos,
hacerlos vida y promoverlos.

Entre tantas luchas,
entre tantas discusiones,
al menos, a mi me pasa,
que olvido hablar -y también reflexionar-
por aquellos
que no pueden salir a las calles
o no pueden opinar,
en buena lid:
por aquellos que están presos:
o por haber cometido delitos,
o por haberse opuesto al poder,
o por robar para comer,
o por matar por gusto,
o por lucrar sin reflexión
o por tantas cosas más,
al final todos,
están encerrados
en medio de cuatro paredes,
en medio de sufrimientos y pesares.

Una buena parte de los presos,
seguramente merecen su encarcelamiento:
pues causaron daño y dolor.
Otros están encerrados
porque una ley lo dice,
sin más razonamientos ni argumentos,
por delitos menores,
por cosas comunes,
producto de un mundo
de desigualdades y de inequidades.

Otros,
están presos
porque se oponen
al poder en el poder,
porque denuncian la corrupción,
porque han decidido hacer frente
a la inmundicia de la corrupción.
Presos de conciencia,
presos del poder,
que cumplen días de encierro cruel
porque asumen la inmensidad
de poderse expresar,
a sabiendas de que esa libertad
les traerá la cárcel
y los maltratos de la autoridad.

Uno de esos presos,
fue Mandela,
que durante tantos
y tantos años,
luchó con su propia conciencia,
para poder entender y asumir
que lo que vivía
era la realidad
y era el precio que tenía que pagar
por denunciar
la inmundicia del apartheid.

En sus días en la cárcel,
en sus días de soledad.
En sus días de libertad,
y en sus días en el poder,
Mandela nos invita a reflexionar
sobre la cárcel,
sobre los presos,
porque no podemos dejar
que la prisión y los prisioneros sean
el olvido más siniestro
de una sociedad adormitada
por sus vicios y sus dogmas.

Los que deban estar presos,
que lo estén,
pero que no se olvide que ellos
tienen derecho a la dignidad.
Por más dolor causado,
por más dolor provocado,
si hablamos de derechos humanos
hablaremos siempre de dignidad:
que nadie pierda
su oportunidad de hablar,
que nadie pierda
su oportunidad de defenderse,
que nadie pierda
su oportunidad de pedir salud,
educación y atención.
Lo que pasa es,
que, en la cárcel,
en la prisión
olvidamos que hay personas
y creemos que allí se alojan
lo peor de la sociedad,
la inmundicia y la malicia
y que hay que torturar
y matar en vida
a todo ser humano
que por esos lugares llegará.

Hay un reto…
y es el tratar de pensar
en la cárcel,
no como en un lugar siniestro,
sino como un espacio,
como en varios espacios,
donde ubicamos
a diversas personas,
con diversos comportamientos,
que necesitan estar
un tiempo,
mucho tiempo,
toda una vida,
o más allá de la vida.

Sin olvidar que entre tantos
habrá inocentes,
discapacitados,
enfermos y desgraciados.
Que la cárcel no sea olvido,
que la cárcel sea lo que deba ser
en cada espacio:
guardián para unos,
apoyo para otros,
protección para muchos…
u hogar (ojalá para pocos).

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