jueves, 9 de mayo de 2019

Sobre la indiferencia


Lo opuesto al amor no es el odio, es la indiferencia. Lo opuesto al arte no es la fealdad, es la indiferencia. Lo opuesto a la fe no es una herejía, es indiferencia. Y lo opuesto a la vida no es la muerte, es la indiferencia
Elie Wiesel

Cuántas cosas están pasando,
alrededor de nuestras vidas.
Cuántas situaciones incómodas,
cuántas faltas y cuántos atentados
a los derechos humanos.

Son tantas,
que llegamos a pensar
que es imposible hacer algo,
cambiar el estado de las cosas,
la realidad que nos agobia,
el modelo de gobierno,
en fin…
y otras tantas cosas
que deberían cambiar.

Y quizá,
ese sea el problema,
esperar a que otros resuelvan
lo que nosotros creemos que está mal,
lo que nosotros consideramos
que no funciona de verdad.

Sentados esperamos,
e indiferentes también,
a que los problemas del gobierno
los resuelvan los del gobierno,
o los políticos de turno,
o los políticos que vendrán luego
en las próximas elecciones,
repitiendo siempre
los mismos mensajes,
las mismas prácticas,
y las mismas actuaciones.

Esa indiferencia hará,
que sean siempre los mismos
los que nos gobernarán,
a través de nuevas caras,
listas y colores,
pero siempre las mismas prácticas
que decimos aborrecer.
Pero nada más,
seguimos indiferentes,
y no participamos
de ninguna manera,
de ninguna forma,
y esperamos los cambios,
hasta que la muerte nos llega.

Indiferentes nos mostramos,
a la realidad que vivimos.
Quejarnos no es actuar,
quejarnos es solamente una suerte
de anestesia local,
que adormita nuestra moral,
y nos hace parecernos preocupados
y también solidarios
ante el sufrimiento,
la corrupción y la mediocridad.
De quejarnos no pasamos,
y eso es también
ser indiferentes ante la realidad.

Bajamos los brazos,
bajamos los ánimos,
bajamos las aspiraciones,
y simplemente…
dejamos de esperar,
porque la indiferencia nos lleva
por el camino de la resignación,
de la autocompasión,
de la depresión
y de la desilusión.

Es quizá
una de las mayores pestes sociales:
la indiferencia.
No se trata de dar limosna en la calle,
o regalar caramelos en navidad.
El implicarse en la transformación
de la realidad y de la sociedad,
es dejar la vida por lo que amamos
y por lo que aman otros.
Por lo que creemos que vale la pena,
y por lo que vale la pena para todos.

Implicarse, actuar,
y trabajar porque las condiciones
de la vida sean otras,
y que de verdad existan
los derechos humanos y la paz,
es alejarse de la comodidad
que la indiferencia nos regala
bajo el formato de queja.

Actuar en nosotros mismos,
para no perder el sentido de las cosas,
de la vida, de las buenas costumbres.
Actuar para que, en nuestra familia,
haya amor, equilibrio, respeto y solidaridad.
Actuar para demostrar que quiero
y trabajo por mi barrio y mi ciudad.
Actuar, junto a otras voces y acciones,
para que los políticos de turno,
entienda de una buena vez
que el servicio público es eso,
servir al público,
y no robar a manos llenas.
Actuar para sembrar
las semillas de nuevos tiempos,
de nuevos momentos,
donde la indiferencia
no tenga sitio ni espacio,
y que a pesar de los problemas
y de las diferencias,
actuemos con sentido común,
con amor a la humanidad
y con absoluto sentido de la dignidad.

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