sábado, 17 de febrero de 2018

Sobre la desesperanza y otros miedos

Nunca desesperes. Pero si a ello llegas,
sigue trabajando a pesar de la desesperación.
Edmund  Burke

Hay días cual negros nubarrones,
que oscurecen el camino,
que opacan la esperanza.
Hay días en los que prefieres,
no haber nacido,
para no haber vivido lo que estás viviendo.

Hay tiempos grises,
que se transforman en negros,
en desesperantes momentos,
en amargos segundos,
que se acumulan todos,
sin que nada los detenga.

Hay días,
que parecen toda una vida,
donde se declara vencedora
la diosa desesperanza.

Hay días en los que cuesta,
casi una vida,
el llegar vivos al final de las horas.

Días donde todo parece mal,
donde todo conjuga en tu contra,
donde no hay luz,
donde parece que se acabó el camino,
donde todo sabe,
a un amargo destino.

Son esos días y tiempos,
los que sin importarles nada,
intentan acabar
con todo lo que te queda de esperanza.
Son días enemigos de la ilusión,
son días cargados de desazón,
como la vida en una prisión,
como una sentencia mortal,
como si la vida no valiera nada,
como si todo fuera una payasada.

Días de preguntarte por qué no supiste querer más,
por qué  no supiste agradecer en el momento,
abrazar cuanto tuviste ganas,
besar cuando era necesario.

Y es que la desesperanza,
tiene la habilidad de llevarte
por esas rutas oscuras,
donde las lágrimas no bastan,
donde el sufrimiento
tiene el límite de tus miedos,
y el límite de tus desvelos.

Y en este dolor,
quizá  lo bueno sea,
sentir  que duele,
porque estás  vivo,
que esa desesperanza,
por más que quiera,
no está sola...
le queda y le quedará,
una mínima dosis de esperanza,
un rayo de luz,
un abrazo de amor,
un en “ti confío”,
un “tu puedes”.
Y entonces,
los días negros,
cobran un cierto color,
y al paso de los días,
aquellos colores
son tan grises y claros,
-los días de la vida-,
que entiendes que todo eso,

merece vivir y ser vivido.

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