viernes, 29 de mayo de 2015

Política y noviolencia


La democracia no es el silencio, es la claridad con que se exponen los problemas y la existencia de medios para resolverlos.
Enrique Múgica Herzog
La democracia no es el silencio, es la claridad con que se exponen los problemas y la existencia de medios para resolverlos.
Enrique Múgica Herzog
Solemos afirmar,
con frecuencia,
que la democracia es
la mejor forma de gobierno posible,
dentro de lo posible,
en comparación con otras formas,
que por lo general coartan
las libertades y las ideas.

Solemos creer,
con frecuencia,
que vivimos una democracia,
solamente porque la Carta Magna,
de un determinado país,
así lo dice en su texto.

Suele suceder,
con frecuencia,
que no todo lo que dicen los textos
y las palabras en política,
suele ser la realidad.

Si decimos vivir en democracia,
si el gobierno de turno
se califica de democrático,
si la norma constitucional
establece a la democracia
como la forma de gobierno,
debemos trabajar juntos para que sea realidad.

De lo contrario,
viviremos una ilusión,
un espejismo,
que se traduce en una forma
de política violenta,
que manipula, tergiversa y se sirve
de una falsa situación
para gobernar una nación.

La noviolencia aplicada a la política,
y en particular,
a la construcción de una democracia
implica dar vida a elementos fundamentales,
a principios irrenunciables,
a derechos inalienables,
que requieren de la activa participación
de los ciudadanos de la nación,
de ciudadanos que construyan
una democracia militante.

La política noviolenta,
es connatural con la democracia,
lo que implica construir cultura,
una forma de vida
basada en la participación y en la tolerancia;
en una fe en la libertad,
en el pluralismo y en la igualdad.
Implica también,
combatir el afán de acumulamiento de poder,
y de aniquilamiento de la libertad.

Es violenta la política que,
escudándose en un membrete “demócrata”,
reconoce amplias libertades de expresión,
asociación, reunión y manifestación,
pero con límites expresos
y sanciones desmedidas y arbitrarias,
frente a los excesos que sobre esas libertades
se puedan cometer en la vida pública y privada.

Es violenta la política que,
escudándose en un membrete “demócrata”,
construye una legislación punitiva,
para quienes piensan diferente,
para quienes opinan en contrario,
para quienes luchan por sus derechos,
para quienes piden cuentas,
cambios, ajustes y transparencia
en el ejercicio del poder.

Lo que pase o deje de pasar,
en la política o en democracia,
será responsabilidad del gobierno de turno,
con la complicidad de un electorado
y unos ciudadanos activos o pasivos,
que asumen sus derechos y sus obligaciones.

¿Quiénes somos entonces?
¿ciudadanos activos o pasivos?
¿vivimos de una política violenta o noviolenta?

La respuesta está en nuestro corazón.

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