sábado, 26 de julio de 2008

Sobre la virtud de la amistad (Cartas a Santiago, mi hijo)

Hijo mío,

hay días como éstos,

en que lejos he estado,

ya me lo has dicho

cuánto me has extrañado.

El sentimiento es igual,

como que te falta algo,

puedes vivir, pero

sobreviviendo.



Y aunque la tristeza

de la lejanía material

nos consume parte de la vida,

es la amistad la que mantiene viva

la llama en el corazón,

el calor del cuerpo,

la voz en la garganta,

el aire y su fragancia.



En estos días lejanos,

me han acogido plenas

diversas manos,

manos amigas,

manos queridas,

que ten brindan,

no solo una cama,

sino el compartir la vida,

su vida y la tuya,

haciendo que la lejanía

sea, por momentos recordada.



Es una virtud,

la amistad sincera,

que nada pide,

solo la oportunidad aquella

de poder estar,

cuando más la necesitas,

de poderte acompañar

sin que lo pidas.



Una amistad que te acoge,

cuando más lo necesitas,

cuando lejos de casa

tus días transitas,

por caminos diversos,

por senderos nuevos.



Entonces parece

que el mundo es pequeño,

que no te has alejado,

y que tu hogar es inmenso,

que está por todos lados,

y piensas que sí,

que eres afortunado,

pues las manos amigas,

se entregan plenas,

haciéndote saber,

que lo disfrutan.



Esa es una virtud hijo mío,

que debemos cultivar,

que nuestro hogar

y el tuyo, cuando el tiempo diga,

sean refugio, sea alivio,

sean: la mano amiga,

que acoge en su seno

a los que la necesitan,

no como un favor,

sino como disfrute de paz,

compartir la mesa,

la conversación y el vino,

las alegrías y tristezas,

el pasado vivido,

el futuro, el destino,

y un presente intranquilo.



Una virtud hijo mío,

que hay que valorar,

pues las manos amigas

no se compran en ningún lugar,

llegan en la medida que lo eres

y que sabes valorar.

En tiempos de crisis,

de crisis de valores,

es lo mejor que nos puede pasar.

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