domingo, 18 de noviembre de 2007

¿Se puede construir la paz en nuestros días?


Solemos asociar el término paz con un estado de absoluta tranquilidad, con situaciones que evocan una vida paradisíaca. Solemos entender la paz como la ausencia de guerra o de conflictos. Es más, para nosotros la paz puede ser el no tener problemas, independientemente de que otros los tengan. Y por tanto construir la paz resulta para muchos una tarea compleja, a ratos imposible y casi siempre utópica.

Construir la paz requiere definirla en forma real. Una paz que en principio debe tolerar formas de violencia que deben ser identificadas en su raíz primigenia y a la que se llama paz negativa (Galtung, 1998). Una paz que, asociada a la ausencia de guerra, presenta brotes de violencia en sus diversas formas: en la estructura social, en la cultura de la sociedad y en las relaciones directas de los ciudadanos. Una paz negativa que ha decidido “tolerar” ciertas formas de violencia, pues asume que no provocan mayores desgracias sociales. El maltrato familiar, el poco acceso a la justicia, la educación sin equidad, la poca calidad en los servicios públicos, el tráfico de drogas y personas, la destrucción ambiental y la ausencia de una democracia en su sentido más amplio, son formas de violencia que conviven con nosotros día a día y que han logrado un asiento en una sociedad preocupada más en símbolos vacíos de vida como la moda sin sentido, la figura sin razón y la imagen pública antes que la realización personal y social.

Construir la paz requiere conocer las raíces de la violencia y trabajar en su transformación. Una herramienta que hemos decidido utilizar es la educación. Una educación que se convierta en un aprendizaje permanente de los valores de la paz positiva. Una educación que nos permita entender los conflictos y transformarlos en situaciones beneficiosas para la vida. Una educación que nos enseñe a distinguir y comprender la violencia, a no ser violentos y a no justificar la violencia bajo ninguna circunstancia. Una educación que nos enseñe a convivir en la familia, en el trabajo, en el barrio, en la ciudad, en el país, en el mundo. Una educación, no como asignatura definida, sino como práctica permanente de vida.

De esa forma creemos que sí es posible construir la paz en una época en la que parece que la violencia ha ganado en todos los ámbitos. Probablemente no lleguemos a ver la paz que hemos decidido construir, ese es nuestro primer reto: colocar las piedras de un edificio que jamás veremos o habitaremos, pero que queremos que miren y habiten nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos.

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