¿Qué edad hay mejor que aquella en que las dos mejores virtudes,
la alegría inocente y la necesidad de amar,
eran las dos ruedas de la vida?
León Tolstoy
El día es luminoso y cálido,
y una dulce niña
descubre en ese día,
el momento perfecto
para recrear un mundo,
de luces y colores,
de agua, risas y alegrías.
Su inocencia le permite,
construir mundos
que la alegran.
Le basta su inocencia,
para ser feliz
en su espacio,
con sus pensamientos,
sueños y acciones.
Algo se rompe al crecer,
algo de daña o algo se olvida.
Uno de esos “algos”
es la inocencia,
entendida ésta
como aquel actuar,
que está libre
del deseo de causar el mal.
Crecer nos lleva,
en algunos casos,
a dejar de creer:
en la gente, en las acciones,
en las personas,
en las intensiones.
Incluso a dejar de creer
en nosotros mismos,
en nuestras propias capacidades,
sueños, virtudes y posibilidades.
Recuperar la inocencia,
podría convertirse,
en un ejercicio de vida
que nos lleve a entender,
que si bien hay maldad
en personas y en acciones,
ello no nos debe llevar
a convertirnos
en aquello que criticamos
y decimos combatir.
Creo que con inocencia,
las acciones recobran
el sentido de lo humano,
la esencia de la buena fe,
el hacer y decir las cosas
desde el corazón
sin otra razón
que la razón misma.
Que la búsqueda de la inocencia,
y su uso constante y común
nos lleve a su puerto,
pues la necesitamos con urgencia.