Todas las personas grandes han sido niños antes
(Pero pocas lo recuerdan)
«El Principito», de Antoine de Saint-Exupéry
Crecías con la esperanza
de las vacaciones eternas,
de los postres interminables,
de las historias espectaculares.
Veías a tus padres
como unos super héroes
capaces de amarte sin límite
y prohibirte todo…
sin límite.
Las preocupaciones
rondaban en torno a la duración del día,
de las vacaciones, de los amigos,
de las sencillas cosas
que hacían de la vida
una infinito deseo por ser mayores,
por poder disfrutar
de aquella libertad
que significaba ser mayor de edad.
Y, crecimos
y sin saberlo enfrentábamos
un adaptarse a nuevos tiempos,
nuevos momentos, nuevas situaciones.
Como siempre: diferentes,
alegres, tristes, recordadas y también olvidadas.
Habíamos empezado
aquel camino que nos llevaría
a dejar de ser niños
y trasformarnos en formas,
personas y personalidades
propias y diferentes.
Con la influencia de un entorno,
que demandaba de nosotros,
en algunas ocasiones
que seamos como querían que seamos,
casi como un recetario.
Mirando a lo lejos la niñez,
siento que perdí
aquella capacidad de asombro...
por las cosas nuevas.
El querer sin pensar,
en la reciprocidad.
Me encanta pensar
en aquella sencillez
de poder vestir y comer
lo que querías,
y a la vez en la complejidad
de tener que comer
lo que te dicen que debes
y vestir como corresponde.
Pero más allá de ello,
la inocencia quizá sea
un regalo tan preciado
cuya vida es efímera,
y olvidamos el ser niños:
sinceros, complicados,
temerosos, lanzados,
tristes, alegres,
incombustibles, dormilones.
Nos hacían felices las cosa sencillas:
los abuelos y los padres serían eternos,
al igual que las navidades y las fiestas de cumpleaños.
A la vuelta del tiempo,
aquellos niños son los padres
y otros los abuelos,
transformados por la vida
y sus días.
A pesar de ello,
lo hermoso sería
no olvidar nunca
que fuimos niños…
algún día.
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