La dignidad es el respeto que una persona tiene de sí misma
y quien la tiene no puede hacer nada que lo vuelva despreciable a sus propios ojos
Concepción Arenal
Alguna vez escribí,
sobre la dignidad que le debemos
a otro, a los otros,
a aquellos que llamamos prójimo.
En ese entonces
pensaba, solamente,
en una dignidad que se entregaba
a las otras personas.
Una dignidad que se construía,
que se forjaba
y que buscaba se haga respetar
para los otros,
para aquellos que la necesitan,
para aquellos cuya voz
casi ni se escucha,
para aquellos carentes de amor...
del propio y del otro.
Miraba y sentía esa dignidad,
ese ejercicio de construir
de entregar y compartir dignidad,
solamente como un dar…
en fin… era algo por hacer.
Y, lo que sucede,
mientras camino
por las rutas de mi destino,
es que descubro
las cosas que son invisibles
a mis propios ojos.
Y siento, y entiendo,
que si creo que,
si comparto que,
si doy que, si entrego dignidad,
el primer beneficiado seré yo.
Esto no me hace menos,
ni más que nadie,
me hace digno.
Y si me preguntan
¿cómo se traduce esto?...
yo diría que puede equipararse
con respetarme y respetar,
estudiarme y estudiar,
conocerme y conocer.
Ser parte de aquellos
que restauran y dan vida
a las artes perdidas:
sentido común, tolerancia,
humildad, humanidad.
Creo que se trata también,
de tener claros mis referentes,
mis referencias de vida,
mis ejemplos por seguir,
no porque no hayan fallado,
al contrario,
porque fallaron muchas veces,
pero se levantaron millones de veces más.
Es como un nacer…
o un renacer,
un renovar, un renovarse.
Que el ejercicio de la dignidad,
nos encuentre, nos enamore,
nos invite a seguirlo,
desde nuestra particular forma de ser…
Todo esto me recuerda a alguien
que está a punto de nacer.
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