Callando es como se aprende a oír; oyendo es como se aprende a hablar;
y luego, hablando se aprende a callar
Diógenes El Cínico
Si todos hablamos a la vez,
no sabremos ni lo que decimos,
e interpretaremos erróneamente,
lo que creíamos haber entendido
de aquellos a quienes decíamos escuchar.
Si dejamos de hablar,
si callamos,
si no nos podemos expresar,
por miedo al qué dirán,
o por la amenaza
que pesa en nuestra vida,
de que si hablamos
vendrá un castigo
que no olvidaremos jamás,
se formará un torbellino
en nuestro corazón y espíritu
que se convertirá
-tarde o temprano-
en un huracán sin sentido.
Hay que construir entonces,
espacios adecuados,
espacios sanos,
donde el hablar sea
medicina para el alma,
donde el hablar sea
bálsamo que cura
la depresión, el odio,
la frustración, la ignorancia
y la desidia.
Que el hablar sea,
para mejorar,
para construir,
para sumar,
para hacer el bien.
Que el hablar sea,
la puerta que abrimos
y por donde permitimos
entrar a nuestro corazón:
alegre o dolido,
triste o esperanzado,
caliente o frío,
solo o acompañado.
Y es que ese hablar,
necesita de oídos,
de una escucha activa
que nos hace sentir
atendidos, tomados en cuenta,
acompañados y valorados.
De las artes adormecidas,
el saber escuchar,
es una de ellas.
Debemos despertar,
cuidar y hacer florecer,
el hermoso arte
de escuchar a la otra parte,
sea ésta, afin a nuestras ideas
o muy lejana a ellas.
Escuchar, escucharnos,
permitirá entender
mejor este camino llamado vida.
Escucharnos,
en un diálogo interno e íntimo,
donde no solamente me critico,
si no que aprendo
a quererme, aceptarme,
animarme y a plantearme
hitos que jamás creí posibles.
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