viernes, 19 de marzo de 2021

La muerte digna


La vida de los muertos perdura en la memoria de los vivos

Cicerón 

Acompañaba

a un hermano del alma

a despedir a su madre querida.

Había dejado esta vida,

y ocupaba de inmediato

un espacio en el firmamento.

Un espacio…

en el corazón y en la memoria

de cuantos sintieron su presencia,

en su paso por esta tierra.


Antes de morir,

su madre y su familia,

vivieron el drama

de enfrentar la muerte

en medio de un sistema

cargado de contrastes.

Gente que los abrazó,

gente que los acompañó.

Personas desconocidas

en un centro de salud

que les dijeron qué hacer

y qué no hacer.

Hubo alguien, incluso,

que le sugirió despedirse,

decirle al oído

aquellas frases

que nos dan paz:

todo está bien,

no te preocupes,

te amamos,

estaremos bien.

 

Y con los matices de la vida,

hubo otros,

-quiero pensar sin mala intensión-

que manejaron la situación

con actitud fría y lejana,

a veces cansada, a veces extraña,

que hizo sentir en el aire,

que aquella persona,

que era una madre amorosa,

el ser humano más especial 

de aquella familia,

no era más que un número…

una estadística.

 

Eso no quisiera que nos pase:

que llegue la muerte

y seamos para el sistema

un número más,

una cama por desocupar,

un procedimiento,

un protocolo,

algo que debe pasar.

 

La muerte digna,

es el resultado de la vida digna.

La salud al final,

es un derecho humano,

que no se debería exigir,

debe ser parte

de la dignidad humana,

parte de eso que nos debemos

por ser quienes somos:

personas, seres humanos, prójimos.

 

Mendigar la vida,

la salud y la muerte,

debería un hecho

a descartar,

más temprano que tarde.

 

Nuestros muertos no son estadísticas,

no son estorbos,

no son uno más.

Nuestros enfermos están,

y los debemos atender,

desde todas las esferas,

desde todos los espacios:

estado, gobiernos y familias.

 

Y a propósito,

en las familias 

tenemos esa responsabilidad

de tratar a nuestros enfermos con dignidad,

no son un castigo,

no son una carga,

no son un suplicio.

Debemos cuidar de ellos,

debemos hacerlos dignos.

 

Hoy mi pensamiento

está con los que se han ido.

con los que se fueron sin dignidad:

tirados en la calle,

olvidados en un corredor oscuro

de un hospital colapsado.

Aquellos entregados

de forma irresponsable

a un cementerio,

sin número de identificación,

sin oración, sin sepelio.

 

Mi pensamiento también,

con los que se fueron,

con los que recibieron

una muerte digna,

como se la merecen todos,

más allá de estos entuertos.

 

Nos merecemos,

una vida y una muerte dignas.

No es un regalo, 

es un derecho y debemos

luchar  por ello.

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