La vida de los muertos perdura en la memoria de los vivos
Cicerón
Acompañaba
a un hermano del alma
a despedir a su madre querida.
Había dejado esta vida,
y ocupaba de inmediato
un espacio en el firmamento.
Un espacio…
en el corazón y en la memoria
de cuantos sintieron su presencia,
en su paso por esta tierra.
Antes de morir,
su madre y su familia,
vivieron el drama
de enfrentar la muerte
en medio de un sistema
cargado de contrastes.
Gente que los abrazó,
gente que los acompañó.
Personas desconocidas
en un centro de salud
que les dijeron qué hacer
y qué no hacer.
Hubo alguien, incluso,
que le sugirió despedirse,
decirle al oído
aquellas frases
que nos dan paz:
todo está bien,
no te preocupes,
te amamos,
estaremos bien.
Y con los matices de la vida,
hubo otros,
-quiero pensar sin mala intensión-
que manejaron la situación
con actitud fría y lejana,
a veces cansada, a veces extraña,
que hizo sentir en el aire,
que aquella persona,
que era una madre amorosa,
el ser humano más especial
de aquella familia,
no era más que un número…
una estadística.
Eso no quisiera que nos pase:
que llegue la muerte
y seamos para el sistema
un número más,
una cama por desocupar,
un procedimiento,
un protocolo,
algo que debe pasar.
La muerte digna,
es el resultado de la vida digna.
La salud al final,
es un derecho humano,
que no se debería exigir,
debe ser parte
de la dignidad humana,
parte de eso que nos debemos
por ser quienes somos:
personas, seres humanos, prójimos.
Mendigar la vida,
la salud y la muerte,
debería un hecho
a descartar,
más temprano que tarde.
Nuestros muertos no son estadísticas,
no son estorbos,
no son uno más.
Nuestros enfermos están,
y los debemos atender,
desde todas las esferas,
desde todos los espacios:
estado, gobiernos y familias.
Y a propósito,
en las familias
tenemos esa responsabilidad
de tratar a nuestros enfermos con dignidad,
no son un castigo,
no son una carga,
no son un suplicio.
Debemos cuidar de ellos,
debemos hacerlos dignos.
Hoy mi pensamiento
está con los que se han ido.
con los que se fueron sin dignidad:
tirados en la calle,
olvidados en un corredor oscuro
de un hospital colapsado.
Aquellos entregados
de forma irresponsable
a un cementerio,
sin número de identificación,
sin oración, sin sepelio.
Mi pensamiento también,
con los que se fueron,
con los que recibieron
una muerte digna,
como se la merecen todos,
más allá de estos entuertos.
Nos merecemos,
una vida y una muerte dignas.
No es un regalo,
es un derecho y debemos
luchar por ello.
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