Todo lo que endurece,
desmoraliza
Concepción Arenal
Un incendio,
destruye en poco tiempo,
el “hogar” temporal
de miles de refugiados,
que son tratados como delincuentes,
y por ello viven asilados
en supuestos albergues,
que al final resultan
prisiones o cárceles.
Miles de refugiados,
huyen de sus hogares,
de sus países,
huyen de sus tristes realidades,
soñando un mundo mejor,
y son víctimas,
no solo de su propio sistema,
sino de las mafias
que trafican con personas.
Endurecido el corazón,
ante este drama humano,
la etiqueta de delincuente,
cuelga del pecho del refugiado,
al cual se busca invisibilizar,
y tratar de encerrar,
en lugares llamados refugios
o centros de acogida.
Allí viven por años,
sin derechos, sin identidad,
sin la posibilidad de soñar
mejores tiempos.
Otros,
caminan sin rumbo,
sin una ruta trazada,
viven el día,
y buscan refugio en la noche.
Ellos,
los movilizados,
los refugiados,
son la cabeza visible,
de un profundo
problema social y mundial.
A ellos etiquetamos,
a ellos les impedimos sus derechos,
a ellos los intentamos rechazar,
encerrar o decirles que regresen,
así sea a su propia muerte.
Su sufrimiento se opaca,
con el endurecimiento
de la actitud de una sociedad
ignorante de las diversas realidades.
Su sufrimiento se oculta,
con el discurso del odio,
que fomenta la discriminación,
que profundiza la división
de un mundo cada vez menos consciente
de su propia realidad.
Un sufrimiento
que se suma a otros,
y que lo hacen un todo,
no sé si llamarlo insostenible.
Niños sin derecho a la salud,
a la educación, a jugar,
a divertirse y a soñar.
Seres humanos,
que sienten que todo está en su contra,
y que quisieran volver
a esa realidad
donde vivían en su tierra,
entre su gente,
alimentándose de su cultura,
de sus raíces,
de sus anhelos y de sus problemas.
Si el mundo se endurece
ante sus propios problemas,
una gran dosis de inmoralidad
invade sus acciones
e inacciones.
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