viernes, 6 de octubre de 2017

Los valores, que valen la pena

No actuamos correctamente porque tenemos virtud o excelencia,
sino que las tenemos porque hemos actuado correctamente
Aristóteles.

Mientras vivían del poder,
y de un determinado caudillo,
ciertos políticos que viven de ello,
apoyaron sin razón,
con gritos, aplausos y cantos,
con votos, dinero y promesas,
una serie de leyes y de ajustes,
que hicieron al Estado,
un monstruo dominante de los poderes.
Las libertades vivieron días negros,
las cárceles recibieron a inocentes,
tildados de terroristas y desestabilizadores.

Durante todos esos años,
los políticos que viven de ello,
desayunaron, almorzaron, cenaron,
bebieron y viajaron con el caudillo,
probando las mieles del poder
y los aplausos que no eran para ellos.

Durante esos años,
repitieron sin cesar,
un discurso para ellos revolucionario,
que cargado de odio,
repetía sin cesar, que solo había una verdad,
y que la verdad eran ellos (en realidad, la posverdad).

Como nada es eterno,
el caudillo, cede su asiento,
y lo entrega a otro que siga el libreto,
que continúe haciendo lo que él
y los políticos que viven de ello,
habían hecho durante muchos años.
Todo bajo el manto
de lo que para ellos es democracia:
el poder absoluto,
y la absoluta impunidad,
a nombre supuestamente
de una elección popular.

Pero el sucesor cambia la estrategia,
porque se dice sorprendido,
de que todo lo que le habían ofrecido:
dinero, estabilidad y honorabilidad,
no era cierto y que es hora de llamar,
a que todos se pronuncien en una consulta popular.

Muchos aplausos,
estabilidad moderada,
la palabra empieza a circular,
y lo hace de manera casi libre
y un tanto calmada.

Pero hay algo que me inquieta,
hay algo que no me cuadra,
y es la presencia cercana,
cercana al poder y al mandatario,
de los políticos que viven de ello,
que vivieron bajo la sombra del caudillo,
y que ahora se dicen amigos del cambio,
abanderados de una nueva legislación,
defensores de lo que ellos hace pocos meses o años,
habían atacado, linchado y encarcelado.

Podría estar equivocado,
pero me parece que eso no tiene sentido,
porque no comparto esos supuestos “valores”,
de los políticos que viven de ello.

La palabra, el honor, el servicio,
el trabajo, la representación popular,
el dinero público, la esperanza de los electores,
la educación y salud pública,
la gente en general,
los seres comunes y corrientes,
no podemos compartir y validar, ese tipo de valores,
de jugarretas, de discursos llenos de posverdades.
 -medias verdades-medias mentiras-

Somos nosotros,
no los políticos que viven de ello,
los que debemos hacer
que los valores valgan la pena,
y que si nos llaman al servicio público,
sirvamos sin robar (tiempo, dinero e ilusión),
y que eso no sea ningún mérito,
ni que esperemos homenajes de nadie.
Que si nos eligieron con el voto popular,
no olvidemos que nos debemos,
a quien votó por nosotros y
y también a aquellos que no lo hicieron,
que estamos representando un bien común,
y que más allá de rendiciones de cuentas,
el trabajo, la gestión y las obras,
sin coimas, ni farsas,
hablarán por si solas.

No podemos dar el mismo crédito,
a quien empeña su palabra,
y se juega hasta la vida por ella,
porque siente que es por el bien de todos,
que al que repite el discurso y el guión,
que le entrega el líder de turno,
en la comodidad de su sillón,
rodeado de un ejército de seguridad,
lejano absolutamente de la realidad,
y pensando en cuánto crecerá su cuenta personal.

Somos nosotros,
con nuestro trabajo, con nuestras acciones,
con nuestras movilizaciones,
con nuestros cuestionamientos,
con nuestras reflexiones,
con nuestros anhelos,
con nuestros miedos,
con nuestros errores y aciertos,
los que hagamos
que los valores de la convivencia en la diversidad
y en la noviolencia,
de la política honesta y seria,
de la ciudadanía responsable,
del servicio público humanista,
de la ética al servicio del bienestar común,
del ser humano como parte de un todo,
tolerante, respetuoso, sensible,
verdadero y sincero,
libre, igual y fraterno,
que esos valores y características, digo,
valgan de verdad la pena,
sean ejemplo a seguir,
que no se los extrañe y repita,
que hay crisis de valores.

Porque si repetimos eso,
nos decimos –en silencio- a nosotros mismos,
que hemos renunciado a la oportunidad,
de ir por ellos, de vivirlos y de hacer,

que valgan la pena vivir y morir sin dudar.

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