"El político debe ser capaz de predecir lo que va a pasar
mañana, el mes próximo y el año que viene; y de explicar después por qué fue que
no ocurrió lo que el predijo" Winston Churchill
Regresaron,
como regresan
siempre,
en tiempos de
campaña,
las fotografías de
los candidatos de la política.
Están nuevamente en
paredes y pancartas,
lucen todos sus
galas,
aquellas que imponen,
el protocolo del
marketing político,
del asesor que se
hace rico.
Junto a sus
fotografías,
regresan las caras
sonrientes,
regresan las promesas
de campaña,
regresan los saludos
en la calle,
los abrazos y las
visitas a los mercados,
regresan las visitas
a los medios,
los saludos, los
reconocimientos.
Regresan también,
las estrategias de
campaña,
los discursos
fogosos,
las acusaciones, las
amenazas.
Regresa el discurso
del miedo,
aquel que usan los
que quieren el poder
a como dé lugar,
entonces te dicen y
repiten
que solamente ellos
te pueden salvar
que los otros
solamente traerán
el oscuro pasado
de tristeza, pobreza
y maldad,
como si el presente
fuera pura tranquilidad.
Este regreso se
produce
en un curioso
momento:
la renovación de
frecuencias
de emisoras de radio,
¿cuáles quedarán,
cuáles terminarán su
existencia?,
¿quizá se quedan las
que sirven al poder,
y las que lo
critican,
ya nada pueden
hacer?.
Una coincidencia más,
como otras que hemos
tenido que aguantar,
-por no decir callar-
cuando los
representantes
de las instituciones
del estado,
no del gobierno,
resultan ser amigos,
ex trabajadores y afines,
del gobierno y del
poder sin límites.
En esto que llamamos
democracia
debemos elegir
a los temporales
representantes en el poder
y para ello regresan
siempre,
en tiempos de campaña
las caras, las
sonrisas… las promesas.
Y creemos en ellas,
en esas caras, en
esos mensajes,
y nos entusiasmamos
con las promesas,
y soñamos con un
mundo mejor,
y con días mejores,
y votamos y les
entregamos el presente
y el futuro que aún
no vivimos.
Nuevas, viejas y repetidas
caras,
sonrisas, promesas y
propuestas,
suenan todo el día,
organizadas de
acuerdo
al interés de la
campaña,
donde no ganará el
más votado,
sino aquellos que
según la fórmula de “no se quien”,
acumula votos que no
admiten razón alguna,
votos que llegan
comprados
por la falsa promesa
de la estabilidad en el trabajo,
porque eres parte del
poder
y es la única manera
de seguir en el,
porque la propaganda
está bonita,
porque el candidato
parece buenito,
porque en fin,
no te crees capaz de
elegir algo diferente,
porque crees que con
votar
ya vives en democracia,
porque piensas que la
política
es propiedad de los
políticos y del poder,
porque al final
con que roben y hagan
obra,
lo demás no importa,
porque el país puede
colapsar,
pero da igual,
mientras haya algo de
comer,
algo se puede hacer.
Es que con esas
caras,
con esas sonrisas
y con esas promesas
de campaña,
regresa a mi
la culpa que debemos
sentir
de no saber elegir
a quien deba cumplir
la promesa de
campaña,
que no debería ser
una cosa extraña,
al contrario,
debería ser la
invitación
a trabajar juntos
por un futuro mejor,
y que el político sea
un instrumento para
que ese futuro,
sea una realidad,
y no se transforme en
un dios
que nadie puede
tocar.
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