jueves, 28 de julio de 2011

Esperanza… mi dulce morada Cartas a Santiago, mi hijo

Cuantos más motivos tengo para el pesimismo,
mas razones tengo para la esperanza.


Sabes hijo mío,
al terminar la semana,
cuando ya sin ganas,
caminas para culminar el día,
con los brazos abajo,
con el ánimo acabado…
con la esperanza de llegar,
a un fin de semana
que te permita recuperar,
algo de aliento,
ordenar un poco el pensamiento,
para empezar de nuevo,
una nueva semana,
que camina lenta,
y luego se acaba,
cuando menos lo esperas,
y de nuevo todo empieza,
y de nuevo… cosas inacabadas.

Sabes hijo mío,
hoy quiero hablarte,
del algo que mencioné,
muy rápidamente,
algo que como el agua,
está por acabarse,
algo que como el aire,
está por contaminarse,
algo que como la naturaleza,
ha sido explotado,
sin dar muestras,
de llegar a lo anhelado.

Te quiero hablar de la esperanza,
de aquella que pocos hoy,
le dan espacio en su alma.
Y es que la esperanza,
parece lejana,
porque le hemos dado espacio,
a otros valores
que poco ayudan,
quizá porque son antivalores.
Nos hemos convertirlo, sin quererlo,
sin saberlo, sin proponérnoslo,
es ajenos a la esperanza.

Y entonces los días,
y las noches,
los amaneceres,
y los atardeceres,
pierden el color,
y pierden el sentido.
Nos convertimos en autómatas,
funcionamos
sobre la base
de nuestros propios derechos,
de nuestra particular felicidad,
de modelos prejuzgados,
de clichés, que han sido diseñados,
para mostrar la felicidad,
de una manera artificial.

Debemos restaurar,
un modelo de esperanza,
que nos brinde felicidad,
no por las cosas materiales,
sino porque ese modelo de vida,
que alimenta el corazón y el alma.

Hay que devolver a la esperanza,
a su condición de morada,
es ahí donde deberían nacer
y deberían vivir,
los sueños y los anhelos,
los días y los desvelos.

Hay que mirar a la esperanza,
como una dulce morada,
a la que regresamos,
cuando termina la jornada,
en la que renovamos,
la fe en mejores días,
el mejor de los esfuerzos,
el mejor de los sentimientos.

Cuanto mas incierto,
se observa el destino,
es la esperanza
la que suaviza el camino.

Y es que la esperanza,
no es solamente
un deseo,
algo que se queda ahí
estático sin movimiento,
es quizá el estado más inquieto,
aquel que no se queda quieto.

Quien tiene esperanza,
hijo mío,
se levanta cada mañana,
como si fuese el gran día,
como si toda la alegría
esperaran allá afuera.

Quien tiene esperanza,
tiene a quien acudir,
un Dios, su Dios…
ya lo decía el poeta,
tu le dices Dios, yo…
perfume de una rosa.

Y entonces,
si tienes esperanza
hay perfume de rosas
en tu largo camino,
a pesar de las piedras
y los malos momentos,
habrá siempre el sentimiento
de que ese camino,
te conduce a tu propio destino,
a lo más grande y puro
que pudo haber soñado
tu corazón de niño.

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