jueves, 27 de enero de 2011

Sembrar intolerancia para cosechar violencia

Si no podemos poner fin a nuestras diferencias,
contribuyamos a que el mundo sea un lugar apto para ellas
Jhon F. Kennedy

Inaugurada la época más estable
de la democracia ecuatoriana,
se instaura con ella la intolerancia
como valor de la revolución.

Todo gira en torno a una persona,
que dice y se desdice día a día,
semana a semana, mes a mes,
año a año, gracias a la campaña
más intensa y cara
de la historia de la política ecuatoriana.

Todo gira en torno a una persona,
no a un proyecto, no a unas ideas,
no a unos principios, no a unos planteamientos,
todo gira en torno al estado de ánimo,
de una sola persona que gobierna.

Y la herramienta para gobernar,
es aquella llamada intolerancia.
Empezó por aquellos que lo criticaban
desde los medios privados,
y terminó por sacarlos y callarlos.
Luego se apoderó de algunos medios,
que en lugar de ser de servicio público,
son de servicio del gobierno,
con dineros del Estado.

La intolerancia se extiende,
a las instituciones independientes,
que se someten de a poco,
porque no hay límite en el intolerante:
la Fiscalía, la Procuraduría,
la Contraloría, las Superintendencias,
el Tribunal de lo Constitucional,
y dentro de poco la Justicia total.
Porque el discurso intolerante,
no soporta opinión contraria,
porque lo que signifique
crítica, negación, discusión, análisis,
cuestionamiento, oposición,
inconformidad o malestar,
es traducido como traición,
como delincuencia, como terrorismo,
como atentado al Estado,
como abuso de la libertad de opinión,
como rencor y envidia,
como lloro, como malicia.
Puede ser verdad,
que no toda crítica al proyecto gubernamental
sea verdaderamente sana,
pero el discurso intolerante
no admite diferencias,
“o estás conmigo, o estás contra mi”,
y entonces, por miedo a perder poder,
a dejar de estar en junto a él,
se olvidan de pensar,
se someten y de a poco se convierten,
no en apoyo, no en fuente de ideas,
consejos o sugerencias,
sino en levantamanos, en una especie
de sujetos dominados.

El discurso intolerante, gana adeptos,
sabe que sus efectos,
y que todos aquellos medios,
tienen para ellos un solo premio:
el temor, el miedo, la duda,
la confusión y la ilusión,
de días mejores…
sin importar el precio,
de vender el voto,
a cambio de unas migajas.

El discurso intolerante,
es ejemplo para niños y jóvenes,
que ven en él,
la manera de ganar el poder
y de mantenerlo una y otra vez.
Un discurso intolerante,
que rescata una sola figura,
sin nada de estructura,
una sola persona,
que cual divinidad,
nos dice qué está bien o qué está mal,
sin derecho a protestar.

Un discurso intolerante,
que en algún momento,
se regresa con desenfreno,
y golpea como un trueno
a los que lo usan sin miedo.

Un discurso intolerante,
un ejercicio de poder intolerante,
un modelo de gobierno intolerante,
que desprecia todo,
que desmerece todo,
que acaba con todo,
que lo impone todo,
a tal punto, a tal extremo,
que sus mejores obras,
que sus mejores acciones,
que sus mejores ejecuciones,
se opacan, se ocultan,
porque la intolerancia,
solo siembra violencia,
y la violencia destruye todo a su paso.

La intolerancia,
como valor, como medio,
del ejercicio del poder,
solo la podrás vencer,
si educas en valores,
si eres ejemplo de ellos:
tolerante, pensante,
estudioso, honesto, ético,
respetuoso…
no tengas miedo a disentir,
no rehúyas el discutir,
que vivamos en comunidad
respetando las diferencias
como una cosa natural.
Que la intolerancia,
deje de ser moneda de curso legal,
y se convierta en el enemigo a dominar.

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