miércoles, 29 de septiembre de 2010

La ciudad y el caos


Antes de felicitarnos por dar libertad a las gentes debemos preguntarnos qué harán con ella.
Edmund Burke


La ciudad pequeña,
nace lejana,
ajena al mundo,
ajena a la República soberana.
Se constituye en un enclave
diferente a otros,
es cuna de artistas y de autores,
de las letras y las composiciones,
pero llora a toda hora
su lejanía, su orfandad y su soledad.
De la mano de “La Churona”,
y con el apoyo del Libertador,
formaliza una gran celebración,
una feria que por años
atrae a propios y extraños.
Vive una fervorosa romería,
una fiesta de la iglesia,
y a la vez, una fiesta popular,
donde creyentes, feriantes
y todo tipo de gentes,
se mezclan sin importar,
para vender, comprar y celebrar.

La ciudad crece, el tiempo pasa
y la soledad y la lejanía
se convierten en el día a día,
en su peor pesadilla.
Los hijos de la ciudad,
viajan a la gran capital,
e incluso a tierras lejanas,
quieren una nueva oportunidad,
algo que su tierra natal,
no les puede brindar.

Pasan los años
y la ciudad sigue su paso,
y con ella sus hijos,
acoge con cariño,
a quienes en ella vieron un futuro.

En tiempos de histeria colectiva,
de ciudades colapsadas,
de ciudades peligrosas,
de ciudades frías y aburridas,
la pequeña ciudad es vista de pronto,
como el paraíso perdido,
como el único lugar
para vivir en paz,
la tierra mas linda de la tierra,
dicen unos,
el último rincón del mundo,
dicen otros.

La ciudad madura,
y con ella sus instituciones,
sus sueños e ilusiones,
resulta ser… que ahora es orgullo
haber nacido en aquel terruño,
y que puede ser con apoyo de todos,
en la tierra prometida,
en el espacio de una nueva vida.

Pero… de pronto…
como si nos olvidásemos de todo,
la historia cambia,
y la pequeña ciudad,
crece sin igualdad,
y es presa del caos.

Un caos vehicular,
incontrolable y fatal,
que se toma veredas y calles,
y acaba con la salud y las vidas humanas.
La ciudad pierde la capacidad
de trazar las calles,
de ordenar las rutas,
de pensar en la gente
que usa las vías,
en los niños que juegan en sus calles,
en los ciudadanos que caminan.

Un caos de ciudad
al momento de recibir y ordenar,
a todos aquellos que nos visitan,
en tiempos de feria,
o en cualquier tiempo,
a romeriantes y turistas,
porque no señalizamos,
no ordenamos,
no informamos,
no generamos condiciones mínimas,
para visitar la ciudad,
y disfrutar de hospitalidad y sus servicios.
Y qué decir de aquel funcionario
que se le ocurrió la gran idea
de alquilar una plaza pública,
confundiéndola con un terreno baldío.

Caos en el comercio informal,
que se toma las calles,
que irrespeta las normas,
que compite en indebida forma,
con el comerciante que paga arriendo
en mercados y ferias.

Caos en regular y poner orden,
al contratista que demora las obras
y que las hace mal hechas;
al comerciante que desordena
el ambiente sonoro y visual.
En fin… caos,
producto de una falsa libertad,
de un libertinaje sin responsabilidad,
y somos los ciudadanos,
los responsables de que así sigamos,
que no miremos la paja en el ojo ajeno,
si aún no reconocemos la biga en el ojo propio.

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