jueves, 16 de septiembre de 2010

De inequidad y violencia

La desigualdad es el origen de todos los movimientos locales
Leonardo Da Vinci

El mundo es testigo diario
de inequidades y desigualdades,
los pobres son cada vez más pobres,
y los débiles víctimas eternas
de la delincuencia y las mafias.

No hay mal mas grande que la inequidad,
aquella que de a poco nos obliga
a pensar que de verdad no existe la justicia.

La inequidad se refleja,
en pueblos como el gitano,
que recibe a diario el rechazo,
de propios y extraños,
a extremos insospechados,
que han sido extrañados
de la cuna de los derechos humanos.

La inequidad se refleja en la cruenta guerra
que asola constante y eterna,
en muchos pueblos de la tierra,
y que mantiene abierta de par en par,
los odios e intolerancias de los seres humanos,
mientras el comercio ilegal de armas,
recibe sus mejores ganancias.

La inequidad está presente,
en aquellas acciones mediáticas,
que sirve para lavar las conciencias manchadas,
donativos urgentes, campañas televisadas,
visitas para entregar comida y vituallas,
pero poco se hace por ayudar en serio
a aquella parte de Haití, que no está en el cementerio.

La inequidad campea tranquila,
de la mano de bandas terroristas y asesinas,
que juegan, sin importarles nada,
su personal lucha, su personal guerra,
que cobra vidas, tranquilidades, alegrías,
que sume a pueblos hermanos,
entre ellos colombianos y mexicanos,
en situaciones de terror, violencia y dolor.

La inequidad es madre de la violencia,
e hija de la irresponsabilidad y el desamor.
Una irresponsabilidad social, económica,
política y sobre todo moral,
que se refleja en el discurso populista y embustero
de la supuesta igualdad,
del supuesto estado ideal,
en el que solo el poder,
es quien disfruta de verdad.
Un desamor que es a la vez desapego,
ausencia de responsabilidad,
de deseo de hacer el bien y no el mal,
de búsqueda eterna del bienestar social.
Un desamor que acaba con la moral,
con las normas básicas del convivir social.
Un desamor que se alimenta de la ambición,
y el deseo desenfrenado por el poder
y por el total control de lo que hay alrededor.

Eso hay tras la inequidad,
solamente injusticia y tensión,
que lo observas, que lo vives,
que lo sientes, cuando eres parte,
de aquellos, que siendo mayoría,
son a la vez minoría social.

La inequidad te convierte
en un instrumento del poder,
del cual se sirve cuando quiere,
y cuando no te necesita,
te deja de lado, te ataca,
te somete, te atrapa,
te engatusa, te engaña
y te utiliza una, y otra vez.

La inequidad es fuente de violencia,
cuando solo sirve a unos pocos,
cuando sacrifica a muchos.

La inequidad es maestra de disfraces,
y utiliza caretas con diversas fases:
se autoproclama abanderada de la libertad,
de la revolución, de la transparencia y la verdad.
Te dice que por ella, mejor no has podido estar,
Te miente te engaña, haciéndote creer
que es ella la que te regala la plata,
el trabajo, salud y la educación.
Pero cuando siente que
abres los ojos, que te das cuenta de todo,
aplica su mano dura, y es fuerte con el débil,
pues no puede serlo con el poderoso,
que es su amo, señor y dueño.

La inequidad está ahí presente,
y cada día te llama para que la sigas,
para que te unas a ella,
regalándote espejos y joyas bellas,
a cambio de tu libertad, de tu conciencia y tu moral.

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