jueves, 3 de abril de 2008

Sobre la inconsciencia. (Cartas a Santiago, mi hijo)


No recuerdo hijo mío
una crisis igual,
nuestra tierra querida,
inundada, aislada… maniatada.

Las carreteras se cierran,
las lluvias llevan agua por doquier,
las casas se hunden en la tierra,
queremos pronto volver al ayer.

El drama humano aumenta,
la gente sin casa,
la población sin agua,
los precios que suben,
la gasolina es escasa,
viajar es casi imposible,
y en medio de la oscuridad,
nadie que prenda una luz y guíe.

Y es que…
lo menos que esperas
como sociedad organizada
es que en tiempos de crisis
el servicio público,
las autoridades y servidores,
cumplan su función básica:
satisfacer necesidades colectivas,
de manera regular y continua,
del colectivo al que se deben.

Pero…
aquello es una quimera,
palabras escritas y no
acciones cumplidas,
nadie sabe qué nos pasa o aqueja,
como si aquellas,
autoridades e instituciones públicas
estarían rodeadas
de una pertinaz inconsciencia,
como si no tuviesen idea
del alcance de sus actos,
de las consecuencias de su inacción,
de su silencio y de su ineptitud.

Una inconsciencia de la autoridad pública
que se nutre del quemeimportismo,
que se fortalece de la inacción ciudadana,
que se proyecta gracias al populismo,
que se institucionaliza con el caciquismo.

Una inconsciencia de la autoridad pública
que nos deja un sabor en la boca
de inacción inaudita,
si la gente no se queja
“ha de ser porque está feliz”,
nada se previene,
todo se tiene que arreglar,
“el que llora no mama”
parecería ser la filosofía
del burócrata nacional y provincial.

Una inconsciencia de la autoridad pública
que adormita sus servicios,
que priva los sentidos
del servidor público en general.

Una inconsciencia de la autoridad pública
de la autoridad,
del representante institucional,
que espera sentado
hasta que los gritos y llantos
caen sobre cadáveres,
sobre restos de casas,
sobre escombros y carreteras destruidas,
sobre el hambre,
sobre el desabastecimiento,
sobre la especulación,
en fin… sobre la desgracia popular.
Entonces reaccionan,
micrófonos, cámaras,
declaraciones baratas,
vacías y nulas,
pues no se acompañan
de obras que son amores,
y no buenas razones.
Recurren de inmediato
a confundir al ciudadano,
mintiendo que no les corresponde,
que se encuentran desbordados,
que los comprendan,
que estén tranquilos,
que ya mismo llega la plata,
que no sean exagerados,
que el temporal no estaba planificado.

Una inconsciencia de la autoridad pública
que nos demuestra otra vez
lo equivocados que estamos
cuando al momento de votar
elegimos a nuestros representados.

Una inconsciencia de la autoridad pública
que permite se construyan
los sueños y las casas
en terrenos que para eso no sirven,
que dejan que se construyan obras
sin calidad ni seguridad.

Una inconsciencia
que a todos contagia,
que nos impide ver,
exigir, trabajar,
proyectarnos como ciudadanos.

Una inconsciencia,
¡maldita inconsciencia!
que nos tiene fregados,
ojala aprendamos
y se acaben los brazos cruzados,
estoy seguro que si juntos pensamos,
en el bien colectivo,
en la responsable
participación ciudadana,
acabaremos de a poco
con aquel fantasma que
desde años nos acompaña:
la inconsciencia de la autoridad pública
irresponsable y desalmada.

No hay comentarios: