Debemos aprender a distinguir qué nos hace bien y qué no,
para poder elegir correctamente
Bernardo Stamateas
Ayer visité,
una plantación de café.
Nada como un fruto rojo,
para sentir el origen
de una bebida eterna,
que nos traslada
a un universo
de sabores y sentidos.
La plantación,
me transportó en el tiempo,
a las plantas de café
que había en los jardines
de las casas de la pequeña ciudad
donde transcurrió
una niñez feliz.
La visita
fue guiada
por quien cultiva
y dirige
una plantación
hermosa y a la vez compleja,
llena de alegrías,
retos y vicisitudes.
Muchos lo aplauden
sin conocer
lo que cuesta
llegar a tener
un buen café
y que en ese trayecto
las manos que lo cultivaron,
cosecharon, tostaron
y prepararon,
también cosechen bienestar.
Mientras caminábamos,
me mostró unas hojas
afectadas por una plaga,
un hongo.
Preocupado comenté,
¿cómo lo elimina?
Me dijo que, en la agricultura,
hay que aprender a convivir con las plagas.
Sin descuidarse,
sabes que están allí
y tienes que cuidar la planta,
porque no es posible
llegar a exterminarla por completo.
Pensé que ese ejemplo,
aplica a la vida.
Hay personas,
hay circunstancias,
que son como el café:
nos llenan de aroma la vida,
no llenan de sensaciones,
de buqués y de buenas historias.
Y, junto a esas personas,
y circunstancias,
hay otras, como las plagas,
como los hongos:
te atrapan, te contaminan,
te enferman… te matan.
El reto:
aprender a distinguir
qué nos hace bien y qué no,
para poder elegir correctamente.