Hay dos eses, sensibilidad y sentido común, que deberían ser obviedades, que deberían casi darse por hechas, pero por desgracia son valores cada vez más escasos
Antonio Gala
¡Qué difíciles son
las cosas sencillas!
Dijo el maestro,
mientras dialogaba
con sus discípulos.
Ellos, sentados a su lado,
escuchaban, un tanto confundidos,
el sentido de sus palabras.
Quería compartirles,
una reflexión que los llevara
a pensar y analizar,
que las acciones humanas,
en una buena cantidad,
antes que solucionar, complican.
La ruta, el camino,
el trayecto de un lugar a otro,
no siempre es una línea recta,
decía el maestro,
pero tampoco debería ser,
un laberinto sin salida.
Hacer complejas las cosas sencillas,
tiene una especie de “por qué”.
Convertir en importante
a lo intrascendente.
Robustecer a la burocracia,
-él le decía burrocracia-
(con el perdón de los burritos).
Dificultar las cosas,
para esperar un ruego,
una súplica
para que ellas sucedan.
No tener interés,
inspiración,
peor aún
amor por las cosas que se deben hacer,
por las personas
a las que se deben servir,
por el rol que se debe cumplir
cuando recibimos
o nos comprometemos a hacer,
en lo grande o en lo pequeño.
Lo sencillo,
no es sencillo en realidad,
he allí su belleza y verdad,
pero no por ello,
debe estar preso,
de la complejidad
que nace de la envidia,
la ignorancia, la soberbia,
y la mediocridad.
La sencillez,
es la sensibilidad del arte
de hacer las cosas
como el mago,
cuando en el escenario
convierte en flores
una vara que nos parece mágica.
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