Cada vez que cometo un error me parece descubrir una verdad que no conocía
Maurice Maeterlinck
Como siempre,
sentado en la vereda
de esto que llamo vida,
me encuentro con días,
que son una suma
de horas complejas.
Desde el mal despertar,
desde el no despertar a tiempo,
hasta el escuchar
aquellas voces que solo predican
y jamás aplican
lo que dicen, lo que debemos hacer.
Y en esta vereda pienso,
reflexiono y siento
que es verdad… que me equivoqué,
que opiné mal,
que actué y me equivoqué,
que debí hacer “lo otro”,
el lugar “de aquello”,
que debí dudar,
en lugar de confiar.
En fin,
cada vez que fallamos,
o que nos equivocamos
hay un dolor que aparece
a la altura del amor propio,
del autoestima y de la paciencia.
Y mientras pienso tanto en el error,
en lo que fallé, en lo que me equivoqué,
aquella sensación de culpabilidad
cambia de alguna manera,
cambia de alguna forma
o de algunas formas,
lo que yo sentía,
lo que yo pensaba
de aquello que llamo mis errores,
mis fallos y mis contradicciones.
Y pasan, siguen y están allí,
aquellos momentos y aquellas situaciones
que demandan decisiones,
que nos llevan a decidir, a actuar,
a acertar y a fallar.
Y llevo en el alma mis errores,
mis propias contradicciones,
aquellas decisiones que llegan y se toman...
a veces gustan y otras disgustan.
Al final,
¿quién no comete errores?
¿quién no se equivoca?
¿quién no decide y actúa?
probablemente aquel que decide
someter su decisión
a la voluntad de otros,
a la decisión de otros…
o quizá aquel que no decide nada
para no equivocar su voluntad,
así ella haya sido entregada sin pensar.
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