jueves, 5 de mayo de 2022

Oídos sordos

Los miembros de esta generación tendremos que lamentarnos no solo por las palabras y los actos odiosos de las malas personas, sino por los clamorosos silencios de las buenas

Ken Follett

Hay mucho dolor en el mundo,

entre la gente, en la sociedad.

Dolor de la enfermedad,

dolor de abandono, del engaño.

Dolor que provoca la incapacidad

de hacer algo…

para calmar el dolor.


Personas enfermas,

que no pueden lograr atención a su dolencia.

Personas que logran ser atendidas

en sus angustias y dolores,

pero que, a la vuelta de la esquina,

el propio sistema les dice

que no hay ningún tipo de medicinas

que calmen su dolor.


Personas víctimas,

de una serie de delitos y hechos

absolutamente execrables,

que no lograr ser atendidas

en sus mínimas pretensiones,

por un sistema de justicia

incapaz de administrar

uno de los servicios fundamentales

para nuestra sociedad.


Ciudadanos afectados

por las mismas instituciones del Estado,

al haber comprado viviendas

en terrenos peligrosos y desastrosos,

que ven con impotencia

que frente a sus ojos

se destruye el futuro de sus vidas,

y ante sus reclamos: oídos sordos.


Niños y niñas,

que asisten a escuelas destruidas,

sin las mínimas condiciones

para desarrollar en ellas

actividad alguna de aprendizaje,

peor aún, de inspiración, de motivación,

de soñar con una nueva educación.


Mafiosos, delincuentes y ladrones,

que roban a manos llenas,

que compran conciencias,

que trafican con drogas, personas y armas, 

amparados por la corrupción más salvaje

y nunca vista.

Que entran y salen de la cárcel,

cuando les da la gana,

presumiendo de falsas inocencias

y fétidos liderazgos.


Políticos de todo tipo,

disputándose milímetro a milímetro,

el premio a la osadía, a la ignorancia

y a la ambición sin límites.


Políticos que se preparan,

para volver a sonreír,

para regalar comida,

para emborrachar al votante

con licor y palabras baratas.


Este es un breve relato

de los odiosos actos de las malas personas.

Está en nosotros,

no sumarnos a esa perversidad,

con nuestro silencio, con nuestra permisividad.

Actuar también es:

no dejar que se queden y vuelvan siempre,

a los que les gusta siempre robar y violentar.


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