Quizá la más grande lección de la historia
es que nadie aprendió las lecciones de la historia
Aldous Huxley
Cuando llegó la peste,
muy pocos,
le dieron la importancia
a un gran problema,
que cambiaría la forma de vida,
y la vida de las personas.
Es más, cuando llegó la peste,
y en sus días más complejos,
varios líderes y políticos
desafiaban su verdadera peligrosidad
y se mostraban irónicos
al momento de hablar de ella,
dando ejemplo de relajamiento,
y de poca importancia
a esta grave enfermedad,
que infectó y mató
a mucha gente que creía
en esas palabras de mentira,
y de subvaloración de la epidemia.
Minimizar la peste,
llevó a varios a no tomar
los debidos cuidados,
y propagar la enfermedad
a escenarios insospechados.
Sin cuidado,
sin planificación emergente,
sin conocimiento
y sin sentido común,
la peste se propagó,
con la llegada de enfermos del exterior.
Las fronteras,
en lugar de fortalecer
su capacidad de control,
cerraron sus puertas
cuando ya fue tarde,
y cuando los contagios
eran comunitarios.
La enfermedad desnudó,
la triste realidad
de la salud pública en general.
Los hospitales no daban abasto,
el personal de la salud
no tenía los medios ni el apoyo
para hacer frente al enemigo.
Los muertos se apilaban,
y no hubo forma de saber,
la total realidad
de los contagiados,
de los muertos y de los enterrados.
Hambre, desesperación,
tristeza y desgracia.
Eran parte del ambiente,
que la peste dejaba a su paso.
No faltaron aquellos,
que provocaron,
-por diversas razones
y por nefastas decisiones-,
la aglomeración de personas.
La poca planificación
de gestionar una determinada ciudad
provocó concentraciones
mortales e innecesarias.
Esto incrementó los contagios,
y las muertes diarias.
A ello se sumó,
una innumerable lista
de fórmulas mágicas
y extrañas pócimas,
que curaban la peste.
Las noticias y la información
en lugar de orientar
provocaron confusión,
y mucha gente murió,
o complicó su salud
por hacerle caso
a falsos promotores
de curaciones milagrosas.
La culpa de todo lo que pasaba,
la tenían todos y nadie en particular.
La culpa se asignaba,
en función del interés del momento.
La culpa no pudo jamás,
transformarse en responsabilidad,
de la ciudadanía en general.
Esto que cuento en estas líneas,
sucedió en mil seiscientos treinta.
La historia la llamó: La peste de Milán.
No hay nada nuevo bajo el sol,
si logramos leer y entender,
lo que la historia nos cuenta.
Razón tiene el refrán que dice,
que somos propensos
a tropezar más de una vez,
con la misma piedra.
Para referencia, se puede buscar: I promesi sposi de Alessandro Manzoni en 1840. Citado por Xavier Sierra en su blog: https://xsierrav.blogspot.com/2020/04/epidemias-y-literatura-iii-los-novios.html?spref=tw
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