viernes, 4 de agosto de 2017

El castillo en la arena

El Estado unitario es corruptor de nacimiento, todo Estado unitario, en cualquier tiempo, espacio y forma de gobierno, es siempre personal: el Estado es el jefe del Estado. Y como absorbe la iniciativa de los organismos provinciales y municipales, sustituye con la ley de su voluntad la autonomía de esas sociedades: de aquí la desorganización, y de ésta la corrupción.

Eugenio Maria de Hostos



Nos vendieron la historia,
del prodigioso constructor,
del portentoso señor,
del omnipotente dios de barro,
que construía obras,
que escribía grandes historias,
que realizaba mágicas hazañas,
protegido siempre
por su celestial poder,
por su lengua mágica,
por la fuerza del dinero,
por la fuerza de su ley,
por su poder brutal,
violento y letal.

Aquel dios de barro,
se ufanaba en su reinado,
y en los años que reinó,
de que no había personaje en la historia,
terrenal y celestial,
que hubiese hecho
lo que él hizo,
que hubiese cambiado la realidad,
como él la cambio,
que hubiese hecho tantas cosas buenas,
como él las hizo,
que hubiese regalado tanto a sus seguidores,
a sus súbditos y enemigos,
como él lo hizo, de lunes a domingo.

Lo que nunca contó,
aquel dios de barro,
que resultó ser,
tan terrenal como humano,
fue que la gran historia
que su gran obra,
que su gran castillo,
se construyó en la arena,
cerca de las olas del mar,
en un terreno inestable y poco adecuado,
sin cimientos, ni suficientes bases,
que pudieran soportar,
el embate de las olas,
el paso normal de los días,
la circulación normal
de las personas que en el vivían.

Pero la historia no termina allí,
no se trataba solamente,
de haber construido aquel castillo,
en arena de agua salada,
por dentro aquel castillo,
era un lugar ingobernable.
El dios de barro,
en su histeria por gobernar
por disponerlo todo,
olvidó educar,
en algo que el no sabía:
el buen y sencillo gobierno.

Jamás respetó jerarquías,
saberes y críticas,
jamás aceptó errores,
peor desaciertos,
concentró todos los poderes,
confiscó todas las cuentas,
administró sin control los impuestos,
y en su corte,
y entre sus colaboradores,
jamás construyó un liderazgo,
una escuela de gobierno,
una idea de servicio,
todo fueron lujos,
amenazas, injurias,
todo fue el absoluto,
gobernando, construyendo…
y también destruyendo.

De pronto un día,
el dios de barro,
tan humano como cualquiera,
deja el castillo de arena,
ufanándose de su gran obra,
y también de su estilo de gobierno,
advirtiendo a su público,
el dolor que le causa,
dejar el poder y sus lujos,
advirtiendo que regresará,
si las cosas no se hacen,
como el las hizo y dispuso.
De pronto digo,
aquel castillo,
y aquel modelo de gobierno,
empiezan a hundirse,
empiezan a caerse,
empiezan a ser inoperantes,
inhumanos e intolerables.

Todo cae en ese reino,
todo, porque era de barro,
porque era falso,
porque no tenía fuerza que lo sostenga,
ni espíritu que lo inspire.

El castillo se hunde en la arena,
y se acusan a los primeros responsables,
los dedos apuntan,
las pruebas confirman,
el pueblo clama justicia,
la gente del dios de barro,
se autodefine perseguida.

Caerán uno, dos,
diez, quince, cien,
Quizá caigan todos,
pero ahí la historia no termina,
terminará en el día,
en que se eduque y nos eduquemos,
para que no existan,
peor que gobiernen,
dioses de barro,
seres malvados,
que usan el odio,
como estrategia para gobernar,

y eternizar al falso dioses en el poder.

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