jueves, 11 de noviembre de 2010

Las palabras, Cartas a Santiago mi hijo

...la palabra que sueltas es tu amo;


Hijo mío:
aunque de este tema
hemos hablado siempre…
o casi siempre,
los temas recurrentes,
corren el riesgo de perderse.

Las palabras,
son a la vez buenas y malas.
Buenas porque expresan
el amor por la persona amada,
la alegría de la amistad,
de la felicidad de la vida.

Hay palabras que construyen,
que tienden puentes,
que reconocen esfuerzos,
que reconocen olvidos,
que piden perdón,
que dan la razón.

Hay palabras que reconocen errores,
que componen canciones,
que transforman en flores,
miedos y temores.

Hay palabras que dan esperanza,
que cuando se dicen,
llega de inmediato la calma,
la tranquilidad y la paz,
parecería que te abrazan.

Hay palabras de aliento,
aquellas que deben llegar
en el preciso momento,
cuando parece que no puedes más.

Hay palabras de amor,
que te animan, que te atrapan,
que te empujan, que te jalan,
a seguir viviendo la vida
y confiar en un mundo mejor.

Hay palabras que encierran
en el fondo una promesa,
que te hacen soñar,
creer en algo, en alguien,
en un ideal, en un mejor día,
en la tierra prometida.

Hay palabras de perdón,
que te quitan el dolor,
que te levantan cuando has caído,
que te curan el corazón herido.

Pero hijo mío,
hay también otras,
hay otras palabras,
que nacen para matar,
para hacer daño,
para causar dolor,
para terminar con el amor.

Las palabras de envidia,
ocultas en el rumor,
que marchita una flor
y la Viña del Señor,
que destilan envidia,
ocultas en envolturas sencillas,
terminan con las personas amigas,
con la confianza y el amor.

Hay palabras violentas,
que asesinan la conciencia,
y el amor propio,
el amor por la vida,
y provocan temor
silencio y dolor.

Hay palabras de desprecio,
que te golpean al descuido,
haciéndote caer,
una y otra vez.

Hay palabras que no se han dicho,
y que de decirse,
hubiesen evitado desdichas,
pensamientos sin fundamento,
tristezas y desánimos.

Hay palabras malignas,
que maldicen la vida,
de quienes son diferentes,
de quienes el mundo olvida,
de los que no tienen voz,
porque no saben hablar,
porque no saben pensar,
porque no saben leer,
porque no saben qué hacer,
porque solo saben recibir,
porque solo saben mendigar,
porque solo saben estar,
porque olvidaron vivir,
y son solo un voto más.

Hay palabras,
que son reflejo del alma,
y es esa alma la que debes cultivar,
para que de ella solo florezca
la palabra buena,
la que construye,
la que da calma.

La palabra,
que de tu boca salga,
que solo sea para el bien,
para corregir, para educar,
para aceptar el mejorar,
para procurar ayudar.

Te corresponde hijo mío,
recuperar esa palabra,
aquella que es buena,
porque ha sido olvidada,
confundida con el temor,
guardada en un rincón.
Recupérala para ti,
y para lo que vienen tras de ti,
para los que te verán
y de ti aprenderán.
No hagas como otros,
entre los que me incluyo,
que hemos desgastado la palabra,
sin darnos cuenta,
o lo que es peor…
de manera deliberada.

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