miércoles, 12 de mayo de 2010

Tu cambia... yo no

Nosotros mismos debemos ser el cambio que deseamos ver en el mundo.

Gandhi

Impresiona la cantidad de veces
que la palabra “cambio”
se repite en los llamados
nuevos gobiernos bolivarianos.

El ejercicio político es un cambio,
y por tanto se cambian las estructuras,
se cambian las normas,
se cambian los axiomas,
se cambian tantas cosas,
que de apoco te olvidas,
si el pasado fue tan malo,
como te lo pintan los revolucionarios.

Para los que promueven “ese” cambio,
el fantasma del pasado
hay que acabarlo de inmediato,
una vez que llegan al poder,
utilizan los fondos de todos
para recordarnos a cada minuto,
a cada hora, cada día,
cada mes y cada año,
lo buenos que son con el cambio,
lo afortunados que somos
de tenerlos a ellos
como representantes del cambio,
que si no llegaban a gobernarnos
seríamos unos pobres desgraciados,
que los problemas que sufrimos,
que el hambre, que el desempleo,
que la enfermedad, que el analfabetismo,
que la pobreza extrema,
que la corrupción y el narcotráfico,
que la delincuencia en las calles,
no son su culpa,
que la culpa la tiene el pasado
y sus actores irresponsables,
y la siguen teniendo
los enemigos del cambio
que hacen lo imposible
para que los revolucionarios
no cumplan con su trabajo.

El cambio cambia los nombres
de todas las instituciones
no importa si no se cambian las condiciones
que hagan que esas instituciones sean mejores,
lo más rápido y lo de impacto
es cambiar los nombres
y hacerlo con muchas promociones
utilizando para ello
los periódicos, las radios y las televisiones
que gracias al cambio,
cambiaron de mano,
como lo mandan las revoluciones.

El cambio significa también,
cambiar de amigos,
cambiar de socios,
cambiar las relaciones,
que sirven para promocionar reuniones
para emitir declaraciones
contra los enemigos del cambio,
reuniones para las felicitaciones,
para evocar la romántica revolución,
que recurrirá a las armas,
si los enemigos del cambio
convencen a los ciudadanos
de hacer todo lo contrario.

Y en medio de tanto cambio,
lo que no cambia
es el olor nauseabundo
que deja a su paso
la hipocresía y la corrupción.

Lo que no cambia
son las viejas prácticas,
de la manipulación de la política
para fines personales.

Lo que no cambia,
son los privilegios de clases,
de los que el poder tienen,
de los que del poder se sirven,
de los que el poder apoyan
porque del él enriquecen,
sin importarles las tendencias,
las ideas, las políticas,
… sin importarles nada.

Lo que no cambia,
es la brecha entre ricos y pobres,
entre nuevos ricos y nuevos pobres,
entre los que se estrenan en el poder,
y los que añoran volver a él.

No cambia las pretensiones
de quienes se autodenominan
herederos de una figura libertaria,
y por tanto los únicos
que el poder podrían ejercer.

Lo que no cambia,
es la desgastada clase política,
que lo logra organizarse
y hacer un contrapeso responsable.
Lo que no cambia,
es la ignorancia,
socia y amante
de los revolucionarios del cambio,
cuya relación infatigable
los hace perpetuos,
o al menos… creer en ello.

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