martes, 6 de mayo de 2008

Tolerancia y libertad, para Yoani Sánchez


Hace pocos días
la prensa internacional
dio a conocer el veredicto final
de los premios Ortega y Gasset,
que se entregan
a los mejores trabajos
publicados en medios de comunicación
en español en todo el mundo
primando la defensa de las libertades,
la independencia, el rigor,
la curiosidad y la pasión
de quienes la ejercen,
como valores esenciales del periodismo
a nivel mundial.

La ganadora de la categoría
"Periodismo Digital"
fue la cubana Yoani Sánchez,
de la Generación Y,
“por la perspicacia
con la que su trabajo ha sorteado
las limitaciones a la libertad de expresión
que existen en Cuba,
su estilo de información vivaz
y el ímpetu con el que se ha incorporado
al espacio global de periodismo ciudadano”.

Eso dice el jurado,
y creo está acertado,
pues leyendo de paso
a aquella mujer
que cuenta su cotidiana vida
que es igual a la de muchos,
quizá a la de todos,
pero que la cuenta en un lugar
donde contar parece estar prohibido
donde debes soñar,
no mirar la realidad.

A tal punto llega
su compleja situación,
que no puede viajar a España
a recibir su galardón,
pues se ha atrevido a decir
lo que no se debe,
a mostrar lo que no se puede,
a mirar donde no se mira,
como si eso callar su voz pudiera:
y lo dice ella con especial ironía:

Esta incómoda infancia cívica, en la que necesito pedir permiso para casi todo, no acaba de convertirse en mayoría de edad. Antes eran mis padres los que vigilaban que no me tragara un tornillo o que metiera los dedos en el tomacorriente, ahora la supervisión viene por parte del Estado. Bajo la “protección” de este rígido tutor, no hay mucho espacio para jueguitos ni para retozos; mucho menos para salir sólo.

Como un bebé en pañales me veo por estos días, mientras espero el permiso para viajar a Madrid para recoger el Premio Ortega y Gasset. La autorización para volar mañana sábado 3 de mayo –día de la libertad de prensa- está “detenida” por una misteriosa Jefatura de Inmigración y Extranjería que no me da explicaciones. Para esa poderosa institución sigo siendo un lactante al que no se le dice que le van a poner una inyección.

¡Qué ganas tengo de crecer… de hacerme adulta y que me dejen salir y entrar de casa sin permiso!

Entonces miro esa realidad
y no me interesa desprestigiar
y hablar mal de nadie,
pero donde la intolerancia
y la libertad estén ausentes,
en un país cualquiera,
de derechas o de izquierdas,
rojo, verde o amarillo,
da igual,
nadie puede hablarnos
de democracia,
de igualdad,
de un sueño compartido,
de un cambio hacia más,
de un nuevo ideal,
de un horizonte mejor,
de una vida diferente,
de una ilusión,
pues esa ilusión
de a poco se pierde
y lo que era claro
hoy es oscuro,
lo que era felicidad
hoy es tristeza,
lo que era esperanza
hoy es desolación,
lo que era ilusión
hoy es traición.

No interesa
cuanto nos prediquen,
y las bondades que nos dediquen,
sin tolerancia y libertad,
las palabras son solo eso,
un conjunto de letras
sin razón ni peso,
y las obras,
la permanente promesa
de un mundo mejor.

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