jueves, 3 de diciembre de 2009

El caminar, del caminante de la vida. Cartas a Santiago... mi hijo


"La más grande pena es reconocernos a nosotros
mismos como la única causa
de todas nuestras adversidades" (Sófocles)


Hace ya tiempo
que había dejado
de escribirte palabras
o compartirte ideas,
quizá porque alguien
en algún momento me dijo
que no era necesario,
que quizá era mejor hablar
de otras cosas que a la gente interesa:
la política, los valores… la vida.
Pero, ¿qué es la vida?
digo yo,
sino el resultado
de lo que vives en familia,
de lo que construyes y siembras
y lo que dejes de hacer o no…
mientras vivas.

Son varios los meses
que en el corazón tengo clavado
el deseo inmenso de escribir
de compartirte lo que siento,
de decirte lo que pienso,
en un mundo cada vez mas falto
de espacios de diálogo,
de muestras a aprecio,
de vivir las cosas sencillas,
de valorar a las personas
por lo que son…
y no por lo que tienen.

No es fácil,
no han sido fáciles estos días
y casi resulta una constante
decir esta frase,
decírtela a ti
sin intensión de agobiarte,
pero es la vida
y así hay que contarla.
No es fácil el momento político,
no es fácil vivir este momento,
de desalientos,
de sinsabores,
de discusiones intrascendentes,
de anarquías y escepticismos.

Pero entre toda esta barbarie,
hubo hoy un amigo
que decidió llamarme
y decirme al oído
que contaba con su hombro
que no importaba nada,
que velaba por ti
en mis ausencias,
que pedía por mí
cuando no estaba.

Entendí tarde…
luego de esa llamada
que a pesar de la angustia
que la vida te regala
hay profundas cosas
en el caminar de un caminante
que hacen de este transe,
que parece el infierno,
un lugar para vivir
un lugar para querer
un lugar para entregar la vida
para servir sin medida
cuando se quiere
cuando se estima,
y que a los amigos de verdad
no importa el tiempo que convivas
importa solo el saberse ahí
presentes siempre
como pilar fundamental,
como espiga de trigo,
como rayos de esperanza.

No estás solo Santiago,
nunca lo estarás,
estaré contigo,
hasta la eternidad,
y cuando mi cuerpo
su misión haya cumplido,
el espíritu del buen amigo
estará para darte abrigo.

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