El estado más impugnable de los seres humanos es el de la indolencia
Miguel Gutiérrez
Todos esperamos
que los servicios públicos,
estén al alcance de todos,
se manejen de forma honesta
y también responsable,
lo cual incluye el ser eficientes.
Quien aspira a servir,
desde cualquier espacio
que brinda el Estado.
Quien representa a un colectivo,
quien dirige un grupo,
pequeño o grande de personas,
de servicios en general
y de servicios públicos
en particular,
debería tener presente
estas pautas de sentido común.
Por desgracia,
la realidad es otra
y debemos mendigar
que un servicio público
brinde mínimas garantías
de cobertura a todos,
sirva de algo
y que no lo destruyan
y se lo repartan
los corruptos y mafiosos
que controlan el poder.
Nos acostumbramos,
para desgracia general,
a la mediocridad
y a la inexistencia
de varios servicios públicos.
Y, lo que es peor,
sentimos con más fuerza cada día,
con acciones, inacciones,
silencios y desaciertos
la indolencia
de los diversos niveles
del servicio público.
Sentimos la falta de interés,
la desmotivación,
la falta de acción,
la negligencia,
frente a situaciones
dramáticas,
frente a la pérdida
de oportunidades,
frente a un creciente
sentimiento de desesperanza.
Esa indolencia,
incluso demuestra
el desinterés
y la despreocupación
ante una responsabilidad
que se asumió
y para la que se dijo
que se tenían las competencias
para asumirla.
Se puede entender
que haya incapacidad,
pero no se puede aceptar,
bajo ningún aspecto,
la indolencia ante el dolor.
Visto lo cual,
el ciudadano, el elector,
luego de llorar y gritar,
debe actuar
y construir, acordar y poner en marcha
nuevas formas de organización
que hagan contrapeso
a la indolencia perversa
de un servicio público,
que ha demostrado
que no está a la altura
de la dignidad de sus ciudadanos.
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