Hacer la paz es acercar los muchos conflictos
de una sociedad a un punto de consenso.
Se trata de una nueva visión de la pintura
sobre la historia política de una nación.
Benazir Bhutto
En estos días,
hemos oído y hablado de la paz.
Habíamos vivido muchos años
presos de un conflicto bélico,
que nos volvimos belicistas
y construimos a su alrededor
una narrativa que defendía
la justificación para la guerra.
Cuando llegó la paz,
la sociedad pudo empezar
a pensar en un futuro,
en opciones, en planificaciones.
Cuando llega la paz,
llegan compromisos
para pensar y trabajar por ella.
¿Qué paz queremos?
¿Qué paz podemos?
La guerra “hacia afuera” terminó,
y, de a poco,
sin darnos cuenta,
sin pensarlo,
inició una guerra “hacia adentro”.
Nos dividieron, nos empobrecieron,
nos distrajeron, nos hicieron creer
en dioses de barro, en cuentos de fantasmas.
La intolerancia ganó la batalla,
y una vez enfrentadas,
todas las fuerzas,
y todas las opciones,
izó su bandera la mafia desgraciada,
protegida y aupada por testaferros
que han comprado voluntades,
autoridades e instituciones.
Si no juntamos pronto,
las voluntades necesarias,
las voluntades honestas,
las voluntades adecuadas,
(que las hay)
los consensos que la paz reclama,
no serán posibles,
y seguiremos secuestrados.
No solo debemos pensar en la paz,
hay que vivir por ella,
antes que muchos más mueran,
en su nombre.