Los numerosos escándalos judiciales de los últimos años habían destapado el invisible sistema de túneles construidos en los sótanos de la organización estatal, túneles que unían diferentes departamentos e instituciones. Lo que antes habían sido sospechas, o imaginaciones sectarias, finalmente se había puesto al descubierto. El poder real se ejercía en gran parte desde unos pasillos secretos, poco iluminados, lejos del control que se suponía que era la característica básica de un Estado de derecho
"Los perros de Riga" (1992), Henning Mankell
Escribo estas letras,
mientras leo y observo con dolor,
que, a pretexto de una protesta,
los delincuentes comunes,
piden anticipadas elecciones.
Otros, también comunes
y también delincuentes,
siembran el miedo y el terror,
repitiendo una mentira siniestra:
esto no pasaba,
cuando otro nos robaba.
Vivimos en un maltrecho Estado,
víctima de los más cruentos,
inhumanos y voraces ataques
de una clase dominante y politiquera,
que entendió la fórmula maléfica
de la dominación del electorado.
Una clase politiquera
que sabe el manejo cruel
del discurso en tarima,
de las frases prefabricadas: “la culpa es del otro”,
y de “yo trabajo por ti… sin interés alguno”.
Asesinada la ética,
la buena fe y las buenas costumbres,
en el ejercicio de la política,
el fin justifica los medios,
y todo vale en la guerra por los votos,
en la guerra por asaltar al poder
a como de lugar,
porque al final de cuentas,
lo que interesa son los grandes negociados,
los grandes atracos al Estado,
los contratos descarados,
que se firman en nombre del electorado…
que los cobran los del poder
y los pagan los ciudadanos.
Quizá se necesiten reformas,
y decisiones complejas
sobre macroeconomía
o sobre el estado de derecho.
Pero eso serán siempre,
“un saludo a la bandera”,
“un borra y va de nuevo”,
si los modelos de servicio público,
de liderazgo o ejemplo,
son las vergonzosas formas
de hacer gobierno o política,
en todos estos años,
que decimos haber regresado
a una supuesta democracia.
Le hacemos el juego al poder,
cuando endiosamos a los Caudillos,
cuando el lugar de condenarlos,
les rezamos todos los días,
o para que no se vayan,
o para que regresen,
no importan que roben,
lo importante es vivir
en el adormecimiento de sus palabras,
en sus promesas baratas,
en sus ofrecimientos,
que duran poco,
pero que de algo sirven,
cuando la moral murió
y en su lugar reina
la corrupción y sus desgracias.
El circo terminará,
los gritos y las llamaradas,
de todas las protestas,
terminarán por acabarse,
en medio de la fiesta
de los que se sirven del poder.
Un estado de excepción terminará
y seguirá un estado de decepción,
que no podremos ver,
porque vendrán los reclamos
de los autodenominados ganadores,
de los señalados perdedores,
de los nuevos candidatos…
de los nuevos opresores.
Larga vida al oscuro poder
y a sus pretensiones,
cuando en lugar de ciudadanos pensantes
tienen, un infinito número de
rebuznadores.