Como es sabido, el engaño funciona por dos cosas. Primero, el encargado de urdir el engaño es muy sutil y convincente en sus planes, es decir, parece/siente/actúa como si fuera auténtico. Segundo, e igualmente importante, el sujeto engañado debe estar predispuesto a creer que el encargado del engaño es en efecto auténtico. Estos dos criterios funcionan entre sí en relación inversa: un tipo suficientemente engañoso puede convencer a una víctima escéptica, mientras que una víctima que quiere desesperadamente creer podrá pasar por alto los defectos graves en la persona a la que da su confianza.
"El sueño del androide" (2006), John Scalzi
Parte de los males actuales
que aquejan a la democracia,
como forma de gobierno,
y también de convivencia,
es el engaño que ha sufrido
-y que hemos sufrido-
de parte de quienes
ejercen el poder,
desde todos sus espacios.