Los votantes se olvidan rápidamente de lo que un hombre dice
Richard Milhous Nixon
Uno de los males sociales,
es el olvido.
Quizá porque el olvido,
es “poner tierra,
sobre lo que no queremos
recordar jamás”.
Quizá porque el olvido,
es como un virus,
que llega sin saberlo
y se queda a vivir
en tu cuerpo,
sobre todo, en tu mente,
en tus actos y deseos.
El olvido es saludable,
quizá,
si ayuda
a que la alforja emocional
no sea pesada,
y solamente cargue,
lo que debe cargar.
El olvido es saludable,
quizá,
si ayuda a diluir
el odio, el resentimiento
y la desazón.
El olvido,
deja de ser virtud
y se convierte en pecado,
cuando es cómplice perfecto
del abuso, de la manipulación,
de la corrupción y el robo.
El olvido es maleficio,
cuando afecta tu condición
de ser humano, de ciudadano,
que debe convivir
en un entorno social,
que es corresponsable
de lo que pasa y lo que pasará.
El olvido es condena,
si te ciega al evaluar,
elegir, criticar y apoyar,
a todos aquellos
que te gobiernan
y que te gobernarán.
Más allá de las diferencias,
naturales y normales,
que podamos tener
todos los mortales.
Más allá de esas diferencias,
y de nuestra costumbre,
de etiquetarnos siempre,
en una tendencia,
en un pensamiento,
en una forma de pensar,
el olvido no puede convertirse
en impunidad.
Más allá de todo ello,
me duele pensar
que el olvido nos ciegue
y nos impida recordar
todo el mal,
toda la mala fe y la manipulación,
a la que nos han sometido
las mafias politiqueras
que se rifan nuestros países
en tiempo de elecciones
y en cualquier tiempo.
No se trata de recordar,
para amargarnos
para sufrir y quejarnos.
La memoria histórica
es fundamental,
cuando resulta ser
en canal ideal
para evitar que reine el olvido,
y que no vayamos a las urnas,
a los mítines y a las rendiciones de cuentas
a hacerle el juego
al politiquero de turno,
al que roba y se dice pulcro,
al que mata y se dice santo,
al que estafa y se dice perseguido,
al que murmura y se dice honesto.
Que el olvido,
sea virtud y no pecado.