Mirando el infinito,
sin saber apenas nada,
se consume el corazón,
y se seca de apoco el alma.
Esos infinitos confusos
intranquilos, desmedidos,
que se toman por asalto
el poder de tus días.
Esos infinitos,
que no saben a nada,
aunque su sabor amargo,
son señal de soledad.
Esos infinitos,
que se llevan de pronto,
el sentido de la vida,
los abrazos, las promesas,
las palabras y los días.
Esos infinitos,
que se quedan a vivir,
para siempre y por siempre,
sobre aquella roca,
que alguna vez fue un corazón.
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